El Mundo Perdido: ¡Qué grande es ser papá!

En primer lugar, resulta alarmante que la media de edad de los espectadores de El Mundo Perdido ronde los 8 años cuando se nos avisa claramente que la película es ¡no recomendada para menores de 13 años!. No os podéis imaginar el infierno por el que un servidor tuvo que pasar antes y durante la proyección: que si una niña que no paraba de decirle a su madre, a voz en grito, que quería ir al servicio (quizás de puro cague), que si un chavalín que no paraba de gritar y taparse los ojos con las manos (curiosamente, al final de la proyección aplaudió a rabiar), y otro tipo de atrocidades que no me voy a parar a relatar. Puede que todos estos hechos condicionaran mi opinión respecto al film. No lo sé. Lo que sí sé es que al acabar la película no esperé a que terminaran los títulos de crédito para salir despedido cual alma que lleva el diablo de la sala, y esto es muy significativo en mi caso, creedme. Justamente este verano tuve la ocasión de leer el libro en que presuntamente -y recalco lo de presuntamente- se basa la película y, si bien no me pareció precisamente una joya de la narrativa contemporánea, desde luego opino que le da mil patadas al engendro de Spielberg. Al menos la novela se sustenta a base de las continuas referencias que ella se hacen a la teoría del caos (al igual que ocurría en Parque Jurásico) y las variaciones del comportamiento como factor determinante en la evolución de las especies o, en algunos casos, como causa de su extinción, cosa que en la película casi se ha eliminado en aras de una mayor espectacularidad, o sea, para que el espectador se «deleite» con las continuas dentelladas, descuartizamientos varios y, en general, con una especie de «pista americana pseudo-gore» de pésimo gusto. Todo ello salpicado de un tufillo paternalista reconocible, no sólo en la manida relación amor-odio entre el profesor Malcolm y su repelente hijita Kelly (otra licencia del sensiblero Spielberg), sino en la asombrosa demostración de amor paterno de que hacen gala los T-Rex, algo que ya se dejaba notar en la novela pero que Spielberg ha llevado a límites insospechados, con esa parte final que comienza como un «homenaje» a Speed 2 y que transcurre en las transitadas calles de San Diego cual remedo de King Kong o quién sabe si como anticipo de Godzilla.

Pero no son estas las únicas licencias que se ha tomado el Rey Midas de Hollywood. Se puede decir que no se ha respetado ni un ápice el contenido de la novela de Crichton: ni los personajes, ni las situaciones, que se amontonan sin un mínimo criterio, ni en la resolución de la historia. Incluso el comienzo ha sido rescatado de la primera novela. Especialmente lamentable me parece lo del personaje de Sara, la auténtica heroína de la novela, capaz de sacar de mil y un apuros a Malcolm y compañía al más puro estilo Rambo, y que en la película no para de gritar, sollozar y ser rescatada cual princesa de cuento de hadas, como en la escena de la caravana colgando del precipicio -por otra parte, lo mejor del film. La heroicidad femenina Spielberg se la adjudica a una (hasta el momento que, tras un espectacular ejercicio gimnástico, sacude una patada a un velocirraptor) asustada Kelly. También es verdad que la película no ha podido librarse de la alargada sombra de Parque Jurásico. Así Spielberg no ha dudado en rescatar algunos personajes de la primera película, como el inaguantable Hammond y sus detestables nietos, o de hacer continuas referencias visuales a éste. Referencias que se extienden a la banda sonora, cuyo tema principal parece sacado de una peli de indios y vaqueros, y que contiene pequeños fragmentos pertenecientes a Parque Jurásico. Pero, curiosamente, mientras que en el mencionado film no dudaban en cepillarse a los dinosaurios para evitar problemas en el futuro, en El Mundo Perdido Spielberg se saca de la manga un discurso conservacionista muy propio de la era Clinton, y de paso deja la puerta abierta a una más que previsible tercera parte, esta vez con bichos voladores incluido. Todo sea por el bien de la industria juguetera y de las multinacionales de la «alimentación», que a buen seguro se estarán frotando las manos con tanto bichejo y tanta monserga. Nosotros sí que estamos perdidos.