Dicen que las noches en el Sahara son extremadamente frías, y esto precisamente me hizo sentir la tan laureada obra de Anthony Minguella: frío donde debía sentir calor. Y la pasión, amigos míos, consiste precisamente en lo contrario. Quien haya visto Doctor Zhivago seguramente sabe de lo que hablo.
En mi modesta opinión, El Paciente Inglés merece todos los Oscar recibidos… Todos, menos uno; y ese «uno» es precisamente el más importante: el de mejor película. ¿Por qué? Por que los actores están fantásticos, en especial Juliette Binoche (su romance con el sij es lo más hermoso de la película, aunque en mi opinión, paradójicamente, no venía mucho a cuento), la fotografía sublime, la música no digamos, el montaje ejemplar, la realización brillante, la producción y el vestuario soberbios, el sonido perfecto, y lo del «enigma de las nacionalidades» como pretexto argumental muy apropiado para los tiempos que corren. Sin embargo (y es aquí donde quiero incidir) le falta algo esencial: la emoción, la ansiedad, el sobrecogimiento, el dolor y, sobre todo, el sentirme partícipe de la historia, sentirme identificado con las situaciones y los personajes, el haber querido compartir con ellos su fatal o feliz -según se mire- destino.