Bean, lo último en cine catastrófico: El sentido del ridículo

Precedido por una imaginativa campaña publicitaria y avalado por el espectacular éxito de la serie Mr. Bean, el desembarco del peculiar personajillo en nuestras salas de cine se ha saldado, como era de esperar, con una espectacular recaudación en taquilla.

Con las expectativas puestas en pasar un agradable rato disfrutando del inteligente y calculado humor de , muchos han sido, sin embargo, los fans de la serie que se han sentido traicionados. Y es que, sinceramente, he visto capítulos de la serie bastante más logrados que esta película. Bean, lo último en cine catastrófico, se limita ha repetir los elementos que han hecho popular a este personaje (incluso la realización es marcadamente televisiva), que mezcla la expresividad de , el perfeccionismo de (no se puede negar que los guionistas se han estrujado el cerebro en la puesta en escena de los gags) y el amaneramiento de , acentuando mucho más el tono histriónico y desagradable, sin duda, para conseguir un mayor impacto en el público norteamericano, acostumbrado a las andanzas del «ínclito» , y hacia quien, indiscutiblemente va dirigida la película (pese a que se pretenda disimular mostrando, una vez más, esa especie de animadversión mutua entre ingleses y estadounidenses que se remonta a los tiempos de George Washington). Sin embargo, a mi entender, falta un elemento esencial que hacía que la serie sobresaliera y que la película casi ha obviado. Me refiero a esa típica -yo diría que tópica- obsesión británica por evitar hacer el ridículo, cayendo aún más si cabe en él, que caracteriza al personaje de la serie, y que tan solo es apreciable en la, por otra parte, memorable escena en que el singular hombrecillo trata por todos los medios de disimular su pantalón mojado. Sin duda este es el momento que más me recuerda a la serie, porque, por lo demás, la película no deja de ser una sucesión de gags disparatados y gestualizaciones diversas, para mayor gloria del protagonista, donde lo que menos cuenta es la sinopsis, mera excusa para que Mr. Bean cause sus esperados estragos en la ciudad de los sueños y se cargue, de paso, una parte importante del patrimonio histórico yanqui. Aunque, al final, demuestre una sorprendente astucia, dando gato por liebre a la flor y nata «cultural» (más bien especuladora) de Los Ángeles, burlándose incluso de los valores familiares tan enraizados en los EEUU, o salvando el pellejo a aquellos que más asco sienten por él. Todo ello entre risas y carcajadas de un público ávido de comedias, por muy disparatadas o banales que sean. Y es que, como muy bien nos enseñó Sullivan en la obra maestra de , la risa es el bien más preciado del hombre y hacer reír es el propósito más hermoso.

Airbag: Abierto las 24 horas

Mal acostumbrado nos tenía el cine español con la sobriedad y seriedad de sus estrenos para que nos viniera el terrible rompiendo con la frialdad y aspereza de sus dos anteriores películas y desmarcándose con la única producción patria realmente «golfa» del año. La reacción no se hizo esperar, y los elementos más carcas de nuestra prensa especializada se pusieron en pie de guerra, a mi entender, injustamente, contra esta apología del cine gamberro y el nonsense más corrosivo. Curiosamente, muchos de estos elementos no dudaron en encumbrar a sospechosos personajes de la talla de Robert Rodríguez, a pesar de que ni su cutre Mariachi ni su espantosa secuela, Desperado, ni la sanguinolenta Abierto hasta el amanecer (el referente más próximo) le llegan a la suela del zapato a Airbag.

La acción comienza cuando un niño bien (inconmensurable ), prometido con la guapa hija de una aristócrata, es arrastrado por sus amigotes, tan «pijeras» como él, a un burdel lleno de mulatitas. Los problemas aparecen cuando el protagonista pierde su anillo de compromiso, un auténtico «pedrusco», en el culito de una de ellas (espectacular ), de la que se ha enamorado. A partir de este momento se inicia una alocada búsqueda del preciado bien (al que podríamos considerar como un McGuffin por la nula importancia que tiene para el espectador) en la que los tres acomodados protagonistas se verán envueltos en una realidad desconocida y ultraviolenta que les estallará en la cara como si de un airbag (de ahí el título de la película) se tratara. Atrapados en el fuego cruzado de dos bandas mafiosas, perseguidos por incansables sicarios, rodeados por una trama de vicio, poder y corrupción en la que un pederasta candidato a la presidencia del gobierno es chantajeado, los tres hijos de papá tendrán que apañárselas con ingenio y grandes dosis de «chorra» para salir del entuerto. La ausencia de una estructura argumental clara que permita sostener el film es suplida con creces por una clara tendencia al paroxismo humorístico propia de los dibujos animados de la Warner (la influencia de resulta evidente) y por un decantamiento hacia el surrealismo, hacia el cine del absurdo o gansada (en el buen sentido de la palabra) refrendado por el extraño virtuosismo en la realización de Juanma Bajo Ulloa y por los quilates de calidad que aportan la maraña de celebridades que jalonan el espectáculo: actores y actrices de la talla de y , entre otros muchos; cameos de impresión, como el delirante culebrón protagonizado por Javier Bardem; colaboraciones de lujo, como la del cantante Albert Pla, que se marca un «soy rebelde» sacro de auténtica sensación, o la sorprendente aportación de (co-productor del film) en el papel de padre de Karra; proliferación de tías buenas, entre las que destacan la televisiva , la extraña y sensual y la ya mencionada Vicenta Ndongo; así como sorpresas tan agradables como el sicario gallego -y del «Depor»- interpretado por (sin duda alguna, lo mejor de la película), cuya recurrente frase «profesional…, muy profesional» merece ser incluida en uno de esos CD-ROM multimedia para la posteridad. Todo ello adornado con un impecable diseño de producción y una salvaje banda sonora al más puro estilo Tarantino (el gran gurú del cine actual).

En definitiva o en «conceto», una película desenfadada, la mar de entretenida y que el tiempo pondrá en el lugar que se merece.

M.I.B.: Ya están aquí… de nuevo

A hace tiempo que le ha salido un competidor más light y, por lo tanto, más comercial llamado , artífice, entre otras, de las dos entregas de la peculiar Familia Addams. Ahora triunfa en las carteleras con la adaptación del popular (sólo en los EEUU) cómic de ciencia-ficción y humor M.I.B. con una clara concesión a lo políticamente correcto, como lo es la presencia destacadísima del popular Príncipe de Bel-Air , muy bien acompañado por el sensacional, aunque a veces un poco histrión, . Esta vez, sin embargo el tono «pasado de rosca» lo pone el joven Will.

La estética cómic de la película se deja notar desde los fabulosos créditos iniciales (con esa cámara siguiendo el efímero vuelo de una esquiva libélula) hasta el simpático final, marcadamente existencialista, que no voy a revelar. Planos vertiginosos, encuadres imposibles (cómo se consiguieron es un misterio para mí), diseño delirante, gags ingeniosos y diálogos frenéticos que buscan la risa fácil, sin pretensiones, consiguen que, dentro de su convencionalismo, esta película se sitúe cualitativamente por encima de la media de las películas comerciales estrenadas en lo que llevamos de año, aunque sin llegar, ni mucho menos, al grado de corrosividad y surrealismo de Mars Attacks!, por poner un ejemplo. En este sentido, no cabe esperar de ella nada que no hayamos visto ya, aunque sin el grado de sofisticación (increíbles los efectos especiales) del que hacen gala estos hombres de negro. Pero, en cambio, sí que se agradece el tono abiertamente jocoso, sin otro objetivo que el de divertir sin ofender conciencias (apenas se percibe en ella un atisbo de patrioterismo yanqui, ni tampoco lo contrario), que hace que el tiempo se nos pase volando (la película, ya de por si, es cortita) y salgamos del cine sin un reproche y sí con una sonrisa. Y es que, a veces, apetece ver este tipo de películas que te despreocupan de todo y no te dejan pensar en malos rollos, ¿verdad?. Y si, encima, el director tiene la deferencia de incluir en el reparto, aunque sea en un papel muy secundario, a y de deleitarnos con un en plan «funda de piel para cucarachas mutantes» y con el eficiente -como siempre- score compuesto por el genial , mejor que mejor.

Criaturas Feroces: Visite nuestro Zoo

Hace ya algunos años fui al cine a ver una comedia llamada Un pez llamado Wanda con la convicción de que iba a encontrarme con el típico humor inglés chabacano y escatológico hasta la médula. Al final di gracias a Dios por haberme equivocado. Lo que vi fue una deliciosa, elegante y, al mismo tiempo, desternillante sátira del falso costumbrismo y refinamiento inglés y la chauvinista prepotencia yanqui, un memorable enredo repleto de situaciones tan surrealistas como brillantes.

Coincidiendo curiosamente con el ascenso al poder de Blair en el Reino Unido, nos llegó esta nueva comedia del mismo equipo en la que se pretende realizar una desaforada crítica del feroz (y nunca mejor dicho) ultraliberalismo especulador y destructor del bienestar. Pero no, no voy a entrar en consideraciones políticas (eso lo dejo para los críticos de la Nueva (?) Ola); voy a ceñirme a lo exclusivamente cinematográfico (aunque me llame mucho la atención que en la película los administradores y cuidadores del Zoo vivan expuestos en jaulas; ¿a vosotros no?)

Criaturas Feroces no es una secuela de Un pez llamado Wanda, aunque por el guiño final y algunos aspectos (la extraña verborrea de , que parece una prolongación de la súbita cura de tartamudez de su personaje en «Un pez…», y su intenso amor por los animales, especialmente los exóticos). La trama es muy distinta; sigue habiendo enredo, sigue habiendo equívocos (sexuales, casi siempre), situaciones jocosas (la mejor: esa en que una pobre señora se hiere al caer por una escalinata y el personaje interpretado por piensa que es una farsa y literalmente lame la sangre de la víctima, ante el asombro de los visitantes), sigue siendo (por partida doble) lo mejor y Jamie Lee demuestra que ha mejorado considerablemente como comediante. Incluso vuelve a haber dos directores…

Sin embargo, es de lamentar la mayor presencia del humor chabacano (el involuntario «enculamiento» de John Cleese a Jamie Lee me parece un poco de mal gusto) y escatológico (los frecuentes ataques de aerofagia del magnate interpretado por Kevin) desvirtúan, a mi entender lo que podría haber sido un nuevo e inesperado logro de la Fish Productions. Yo, particularmente, sigo quedándome con Wanda y con la imagen de Otto oliendo su peludo sobaco.

El Quinto Elemento: La eterna lucha

Tantos siglos de desesperada e incluso sangrienta búsqueda, y ahora resulta que la Piedra Filosofal, el quinto elemento que otorgaría el poder sobre las naciones y la eterna sabiduría a quien lo poseyera nos ha salido «bollycao» pelirroja de armas tomar y conjuntitos así como que muy provocativos del no menos provocativo Gautier…

No es que me queje por ello (de haberlo sabido antes, me hago templario, me apunto a una logia o lo que haga falta…), pero el bueno de , el director de este tebeo futurista y estridente, que tiene más de «Mortadelo y Filemón viajan al espacio» (con todos mis respetos al genial Ibáñez) que de , por mucho que éste y Mézières hayan colaborado en el diseño de producción, podría haber gastado su neurona en otro empeño.

Y eso que, en el fondo no está tan mal esta peliculilla. Uno puede entretenerse riéndole las gracias al rapero (no confundir con el entrañable «monstruo de las galletas) haciendo de descocadísima reinona «massmedia» o contando los innumerables planos que Besson es capaz de acumular en un minuto. Yo, por mi parte, preferí buscar referencias (más bien, plagios), que haberlas haylas, y muchas: desde la ya clásica, aunque discutible, Blade Runner, hasta la -digamos- pueril, aunque indudablemente imaginativa fábula futurista de los gloriosos años cincuenta, pasando -¡¡¡cómo no!!!- por la inevitable Star Wars y su visión simple pero efectiva del eterno enfrentamiento entre las fuerzas del Bien y del Mal, y por la demagógica, ambigua e innegablemente astuta Metrópolis. Lástimas que dichas «referencias» se hayan quedado, en este caso, en el terreno de lo puramente superficial, como si los directores como Luc Besson se hubiesen dado cuenta de que, en los tiempos que corren, superficialidad es sinónimo de espectacularidad y, por tanto, de comercialidad. Y uno mete plano tras plano, centelleando cual interminable video-clip, acompañado por cuatrocientos y pico mil decibelios de trip-hop y ritmos «dance» argelinos y por mil millones de efectos especiales gentileza de la DD, y se mete al público en el bolsillo, y dinero llama a dinero, y vuelta a empezar… «Otra peliculita como esta y nos forramos». Y servidor se echó tras los rumores de que esa «otra peliculita» iba a ser, ni más ni menos, que el tercer capítulo de la nueva saga de Star Wars. ¡Apañados estábamos!.

¿Qué?¿Qué no he hablado de los actores? ¿Para qué…? Bueno, vale… : en su linea, o sea, majete; : sorprendentemente cómico; : él mismo lo ha dicho: «entre Hitler y «; Tricky: sin duda, la gran estrella de la función; y por último (adorable sonrisa la suya): muy en la línea de las heroínas de Luc Besson, es decir, fuertes pero dúctiles (me recuerda más a la de León que a la Anne Perilleaud (desconozco si se escribe así) de Nikita. Por cierto, la esperada presencia -sobre todo, por parte de las quinceañeras- de resulta de lo más fugaz. Otra vez será…