Wild Wild West: Esto no es Río Grande

Más que al género «western«, del que superficialmente capta cierta estética, Wild Wild West pertenece al género, tan de moda últimamente, de las adaptaciones de series clásicas de televisión, en este caso de la conocida en estos lares como Jim West, o las aventuras de una especie de James Bond de ala ancha con revólveres plateados y pura sangre, a quien los dictados de la industria de Hollywood han cambiado el arquetípico rostro «amway» de por el sano rostro afro-americano de , con quien el director, Barry Sonnenfield, ya había colaborado en la mucho más conseguida Men In Black.

Repiten su peculiar socio, Artemus Gordon, encarnado por un poco aprovechado (el guión no daba para más) , aunque sea, con diferencia, lo más atractivo del film, así como el curioso tren repleto de «gadgets» con el que nuestros intrépidos héroes persiguen al malvado Loveless, un sobreactuado de medio cuerpo, por obra y gracia de las últimas técnicas digitales, lo que da pie a numerosos comentarios de dudoso gusto por parte del protagonista. Eso sin mencionar a la bellísima , quien, sin embargo, se limita a actuar de mero florero, para satisfacer, seguramente, las demandas del «lobby» latino, cada vez más poderoso en USA.

Pese a su prometedor comienzo, con esos títulos de crédito que hubiese firmado el mismísimo (que en paz descanse), y con una primera mitad bastante potable, decae estrepitosamente a raíz, sobre todo, de la aparición en escena de la dichosa araña gigante, convirtiendo lo que debería ser el auténtico clímax de la película en un reiterativo, por no decir tedioso, cúmulo de efectismos, chistes fáciles, secuencias de acción mal resueltas, previsibles y poco audaces.

Mal balance final, pues, para un film que cumple bien su misión de entretener, pero del que, teniendo en cuenta que el director no es un desconocido y que los actores podían dar mejor juego, cabía esperar más brillantez. Por suerte, tanto la fotografía, obra del genial y poco recompensado , como el «score«, fruto de la maestría de (probablemente, junto a , el mejor compositor vivo de bandas sonoras), sí que están a la altura de las circunstancias, es más, están muy por encima de ellas.

Notting Hill: Surrealista, pero bello

Nueva comedia romántica de los responsables de Cuatro bodas y un funeral, nueva ocasión de lucimiento para el discutible actor británico , aquí algo más comedido que ocasiones anteriores, y, sobre todo, para quien ya se ha convertido en la reina absoluta del género: , cada vez mejor actriz, lo que me evita hacer comentarios sobre esa dudosa fama de «sex symbol» que uno no acaba de comprender demasiado.

Refinado producto este Notting Hill, que no acaba de transmitir la frescura del ambiente y las gentes que habitan el famoso barrio londinense que le da nombre, pese al magnífico grupo de secundarios, sin los cuales la pareja protagonista y la historia en sí correría el peligro de naufragar. Mención especial merece el galés , con su imposible físico y su absoluta falta de pulcritud, quien desborda completamente a los protagonistas, robándoles todas y cada una de las escenas en que aparece.

El guión, una variante algo improbable del típico «chico encuentra chica», combinada con el clásico cuento de Cenicienta, pero a la inversa, e influenciado claramente por Vacaciones en Roma, logra sostenerse gracias a la habilidad de para dotar de sencillez y veracidad a las situaciones más increíbles (a destacar la secuencia de la cena en casa de los amigos, y la diferente reacción que cada uno tiene ante su encuentro con la estrella de cine, o la muy estudiada escena de la entrevista de promoción, en la que el protagonista se hace pasar por reportero de la revista «Caballos y perros»), así como al buen oficio del desconocido , a quien, pese a no haber rodado precisamente la comedia de la década (tanto La boda de mi mejor amigo como Todos dicen I love U son muy superiores), sí, en cambio, le corresponde el mérito de haber creado, probablemente, la mejor secuencia que un servidor ha visto en muchos años: un extraordinario «travelling» trucado en el que el protagonista camina por el mercado de Notting Hill mientras las estaciones del año van cambiando, y con ellas la vida de las personas que lo rodean. Un momento mágico e irrepetible, sin duda, ante el cual, el previsible «happy end«, como colofón del, paradójicamente, punto más débil de la película: su romanticismo de lágrima y aplauso fáciles, queda difuminado, por no decir eclipsado, en el recuerdo.

La Momia: Fantasías de ayer y hoy

En primer lugar, si alguien espera ver un remake del mítico film de la Universal, mejor que se la alquile en DVD -si es que no la han descatalogado- o que se espere a una reposición en algún cine o filmoteca, porque esta nueva momia apenas tiene que ver con la primera, ni siquiera con la numerosas versiones posteriores. Para empezar, la nueva momia no da miedo, si acaso algún que otro sustillo, sino que es un digno film de aventuras, a medio camino entre Beau Geste y En busca del Arca Perdida, dotada de un sentido del humor ingenuo, casi como de dibujos animados, en el que los protagonistas y el argumento quedan difuminados ante el auténtico recital de efectos especiales creados por la ILM (como anticipo, quizás, del, en su momento, ansiado Episodio 1 de La Guerra de las Galaxias) y con mucho de homenaje a los clásicos del género, incluido uno muy directo al gran maestro , autor, entre otros, de los, aún hoy, impactantes efectos visuales de Jasón y los Argonautas.

Entre alusiones -más o menos afortunadas e interesadas- al cautiverio judío en época de los faraones (referencias a «la lengua de los esclavos» y a las plagas bíblicas), paralelismos con la mitología vampírica (en especial, con el atormentado Drácula, llevado a extremos de romanticismo casi enfermizo por ) y descarados guiños al subconsciente colectivo del espectador, que inmediatamente reconoce escenas como la de los legionarios defendiendo las ruinas del ataque de los beduinos, las accidentadas carreras por los laberínticos pasadizos del templo, los espejos que descubren los tesoros ocultos bajos la antigua ciudad egipcia, el duelo (con frenética travesía sobre camello incluida) entre los dos grupos de exploradores a la caza del preciado botín, los enérgicos conjuros resucitadores (desconozco hasta qué punto los filólogos y arqueólogos conocen la expresión verbal del antiguo lenguaje egipcio) o los continuos flirteos y riñas entre la pareja protagonista: el insolente y socarrón galán (un cada vez más asentado y versátil ) y la intrépida y algo patosa heroína (la hermosísima ). Ambos, francamente bien acompañados por un elenco de secundarios que se ajustan perfectamente al perfil de personajes, auténticos clichés, de este tipo de superproducciones.

En resumidas cuentas, un entretenido espectáculo, con fuerte carga visual y contenido inofensivo, para mayor regocijo de niños y mayores sin mayores pretensiones que pasar un buen rato disfrutando de las noches veraniegas frente a la gran pantalla, atiborrándose de palomitas y coca-colas, mientras los sesudos cinéfilos nos cagamos en la madre que parió al mocoso que no para de hacer ruido con la bolsa de cheetos.

Matrix: Somos pilas

Pensar hace algún tiempo que alguna producción pudiera disputarle las lentejas al fenómeno Star Wars, entraba, cuanto menos, en el terreno de la ciencia ficción. Sin embargo, este año está siendo especialmente fructífero en cuanto a acontecimientos cinematográficos de primera magnitud, y Matrix es, indudablemente, uno de ellos, comparable al que supuso en su día Blade Runner, por lo que ambas películas han tenido de revolucionarias, al menos, en su aspecto formal.

¿Qué es lo que Matrix tiene de original? En principio, una concepción visual absolutamente innovadora, basada en un diseño de producción novedoso, incluso equiparable a la imposible puesta en escena del arte secuencial (lo que vulgarmente denominamos cómic), y sobre todo en unos impactantes efectos especiales de ultimísima generación (y aquí hay que romper una lanza por el singular avance que ha supuesto el sistema operativo Linux en el terreno de la infografía, lo que ha permitido abaratar mucho los costes y la posibilidad de romper de una vez por todas con la tiranía de las grandes compañías de efectos visuales, llámense Industrial Light & Magic, Digital Domain o Sony Imageworks) que aportan un salto cualitativo en cuanto a concepción visual y dominio del espacio y el tiempo por parte del realizador. Está muy cerca el día en que los directores de cine (o, más bien, los productores) puedan manejar la realidad a su antojo, es decir, que estos puedan utilizar la imagen como un lienzo y a los ordenadores como instrumentos de creación artística.

En cuanto al contenido del film, sin duda más convencional que el continente, Matrix se ha concebido como un gigantesco pastiche de referencias, que van desde el puro relato mitológico, con claras influencias pseudo-religiosas de carácter mesiánico, mezclando el sionismo y el neocristianismo con el kung-fu y las técnicas de autorrealización, pasando por la más pura exaltación de la violencia, mostrada siempre de forma espectacular y atrayente, lo que confiere al film un cierto tufo fascistoide, hasta la inevitable atmósfera ciberpunk cuyo máximo exponente es, ciertamente, William Gibson y su impagable novela Neuromante. Todo ello salpicado con claros y explícitos homenajes a Lewis Carrol y su Alicia, y, cómo no, a la auténtica Biblia de la ciencia ficción contemporánea: Un mundo feliz, de Aldous Huxley. En definitiva, un auténtico batiburrillo no tan difícil de descifrar pero que, en ocasiones, no se sujeta ni con pinzas.

Haré caso a la campaña publicitaria y no trataré de explicar lo que es Matrix. Que cada cual saque sus conclusiones. Ahora bien, ¿no resulta paradójico que aquello que los protagonistas pretenden combatir les sea absolutamente necesario para conseguir sus fines? Más aún, ¿no es precisamente Matrix lo que se está imponiendo en este tipo de películas, en las que los actores son utilizados como meras marionetas al servicio de la tecnología punta? Dejo, maliciosamente, estas dos preguntas en el aire.

Vampiros: Homenaje a Hawks

Aunque a algunos les pueda sonar a Abierto hasta el amanecer, casi podría jurar que la piedra filosofal a partir de la cual el inefable John Carpenter ha elaborado Vampiros ha sido la obra de , tanto en la definición de personajes, que enlazan directamente con los antihéroes personificados en el misógino Bogart y el facha Wayne, como en la descripción de ambientes (Carpenter obvia toda estética gótica y plantea un western al más puro estilo Río Conchos) y situaciones (el claro homenaje a ¡Hatari! de la secuencia inicial, o las frecuentes salidas de contexto durante los diálogos, casi siempre excesivos en su elocuencia). Lo que no quita que, ante todo, Vampiros sea una obra personal, pues Carpenter no plagia, simplemente se presta a influencias, pues, como buen cineasta, sabe que, en cuestión de cine, todo está inventado.

Vampiros es, además, un verdadero ejercicio de contención estilística, en el que domina la claridad expositiva y la economía del trazo frente al abuso visual de las superproducciones, lo que otorga al film un cierto aire «out-side», sin pretensiones de ningún tipo, que, junto a su vocación de serie B bien entendida (con lógicas concesiones al gore), pueden elevarla a la categoría de culto.

A mí, personalmente, se me hizo pelín larga, reiterativa y, pese a su prometedor comienzo, un tanto predecible. A destacar la más que acertada elección de los actores, en especial de un en su salsa, y una modesta, aunque muy efectiva, banda sonora compuesta por el propio director.

Pero, sin duda, lo que más agradezco del film es que no haría falta más de dos o tres párrafos para comentarlo. Es la ventaja de los directores que no renuncian al cine de siempre: que dejan las cosas muy claras para que los demás no nos comamos el coco descifrando su intríngulis. Cazavampiros que buscan a vampiros que, a su vez, buscan la reliquia que les permitirá sobrevivir a la luz del día, eso es todo. Y ya es mucho.