El Sexto Sentido: Redención

De sorpresa con mayúsculas habría que calificar, no sólo el fulgurante éxito de este film de terror, sino el hecho de que durante meses ha generado una expectación inusitada, avalada por comentarios críticos muy favorables, apoyados en la supuesta originalidad y maestría del guión, obra del mismo individuo, de complicado nombre, que firma su realización. Sin embargo, un servidor lamenta que toda esa supuestas virtudes se vean únicamente resumidas en un tramposo final, que pretende sorprender al espectador, pero que en realidad no aporta nada al conjunto de la historia. Más que una definitiva de un puzzle, parece la broma macabra de un malabarista o de un prestidigitador, o, quizás, de un simple fulero.

No, no voy a desvelar la trampa, aunque les aseguro que el hecho de contarla no empeoraría la visión de la película, tampoco la mejoraría, eso es cierto, simplemente no aportaría nada, es inútil, más que inútil: fútil. La película podría sostenerse perfectamente sin ese elemento, bien como una historia de apariciones sobrenaturales, de corte sombrío y truculento, al estilo de producciones televisivas del tipo Expediente X o Millenium, o bien como drama sobre la relación entre un adulto y un niño, ambos necesitados de mutua redención, ambos acosados por fantasmas, unos interiores, otros del más allá, y en el que también tiene cabida una madre necesitada de coraje para sacar adelante su vida y la de su hijo, así como una esposa traumatizada por la tragedia y sumergida en el ostracismo del que sólo puede salvarla -y al final descubrimos por qué- un joven pretendiente. Es, en mi opinión, esta última subtrama, quizás la más pobremente definida, la única que justificaría esa especie de sorpresa que nos depara la conclusión del film.

En cuanto a la relación entre el psicólogo, un correcto Bruce Willis, alejado de sus papeles de macho con gracia, y el niño, el gran hallazgo de la película, un que arrasa en todas y cada una de las escenas, cabría haberla dotado de una mayor credibilidad y profundidad, no solventarla con el manido discurso cuasi paterno-filial con el que Hollywood, y en especial la Disney, productora del film, lo arregla todo.

Como film de género, en este caso el terror, funciona bien, como sin duda habrán percibido los espectadores que abarrotan cada proyección. Da miedo, como que es de esas películas que te hacen mirar bajo la cama o dentro de los armarios antes de acostarte, y que te obligan a encender la luz de la mesilla de noche cada vez que oyes un ruidito o sientes un escalofrío en la nuca. También hay sustos, pocos y efectivos, acompañados por una música apropiada. Pese a ello, se podrían haber ahorrado ciertas truculencias gratuitas, más propias del gore que del terror psicológico.

En definitiva, estamos ante una película astuta, tramposa, con numerosos altibajos, bien planteada y discretamente resuelta, premiable -ya lo verán, si no- y que, Dios nos asista, a buen seguro será imitada. ¡¡Horrooor!!.

El proyecto de la bruja de Blair: En los límites de la realidad

Considerada, tal vez precipitadamente, como la película más esperada del momento, The Blair Witch Proyect es una muy interesante ópera prima, propia de dos mentes privilegiadas, que plantea una acertada reflexión acerca de lo real y lo aparente, aparte de constituir un perfecto análisis de los mecanismos del terror en estado puro, pero cuyo mayor logro ha sido revolucionar las normas no escritas sobre la promoción y explotación comercial de las películas, a través de una táctica de guerrilla que ha tenido como campo de batalla estelar la red de redes: Internet.

Con un presupuesto ínfimo (aunque convenientemente maquillado por la distribuidora, que no ha sumado los gastos de postproducción ni los de explotación, que ascienden a más de 30 millones de dólares) y un espíritu innovador, quizás demasiado, el proyecto de Sánchez y Myrick parte de un planteamiento de falso documental para ir derivando hacia terrenos hiper-realistas, no siempre bien resueltos, que tratan de involucrar al espectador en un juego de falsas verdades y mentiras a medias, de las que ni siquiera los propios protagonistas, absolutos desconocidos, hasta ahora, han podido escapar. Es el propio film el que aporta una estupenda clave para entender el propósito de los directores. Concretamente, en una de las escenas, uno de los protagonistas cree entender la razón por la que a la integrante femenina del trío, y directora del proyecto, le gusta tanto mirar a través de su cámara de vídeo, llegando a la siguiente conclusión: «Lo que ves a través de ella no es real, es un filtro de la realidad». ¿Acaso no es eso, exactamente, lo que percibimos a través de la televisión, o de cualquier medio de comunicación: la realidad filtrada, mediatizada, que nos distancia de la verdad al tiempo que nos la muestra?

El siguiente hallazgo del film tiene que ver con su adscripción al género de terror. Mucho antes de sentirse perseguidos, los protagonistas caen en una profunda ansiedad, generada por el aislamiento, el sentirse perdidos, el convencimiento de que nadie les encontrará, de que nadie les buscará, pese a que la protagonista aluda al patriotismo americano, ante la irónica burla de sus compañeros, que no dudan en entonar el «América, América» e incluso el himno de los Estados Unidos. Cuando el miedo de los tres estudiantes comienza a concretarse, lo hace de forma casi implícita. En ningún momento observamos cara a cara la amenaza, la percibimos en el sonido, en la oscuridad, también en los silencios (el film carece de música, salvo en los títulos de crédito finales), las miradas aterrorizadas de los muchachos. Es terror en estado puro, ansiedad que se torna, a veces, en morbosa curiosidad («¡tengo que ver lo que es eso!» – repiten incesantemente los protagonistas) que nunca se verá satisfecha, pues el final, deliberadamente confuso y extraño no arroja ninguna luz que descifre el enigma.

Pero el gran hallazgo del film no se haya en sus méritos artísticos, que los tiene, al igual que numerosos defectos (secuencias que sobran, guión forzado y pretencioso, montaje demasiado coherente que pone en peligro el pretexto argumental de la película, etc.), sino que atañen a lo puramente comercial.

El Proyecto de la Bruja de Blair significa, a mi juicio, un antes y un después en cuanto a política de promoción de películas se refiere. Cimentada sobre su página web, www.blairwitch.com, la estrategia publicitaria, basada en la información progresiva, abierta, extensa, participativa, capaz de involucrar a millones «visitantes» diarios, ha funcionado con la perfección de un reloj suizo. Tal repercusión ha adquirido dicha táctica, que, incluso, hay quien, acertadamente, considera a The Blair Witch Proyect, la película, como una prolongación de su página en Internet, o sea, al contrario de lo que, hasta ahora, era lo común y, en cierto modo, lógico. Sólo por ello, esta película merece ser calificada como pionera, un ejemplo a seguir en adelante. De hecho, ya comienza a haber imitadores (el ejemplo más evidente es New Line Cinema, que ya ha empezado a divulgar imágenes de El Señor de los Anillos, incluso antes de que , quien también ha dado a conocer públicamente el guión, inaugure el rodaje de la misma), que han optado por esta política frente al secretismo de las grandes productoras y de sus vacas sagradas, llámense Lucas, Kubrick o Spielberg. ¡Hoy el público quiere información!

Una terapia peligrosa: Los tipos duros también lloran

Con tan sólo tres películas en su haber, entre las que yo destacaría la memorable Atrapado en el tiempo, comedia existencial alabada por autores de la talla de (de quien, recientemente he visto Todo empieza hoy, film que recomiendo fervorosamente y que espero se estrene muy pronto en nuestras salas), Harold Ramis se ha ganado un puesto, si no entre los grandes, sí entre los más interesantes nuevos directores americanos.

Como ya ocurriera en sus anteriores películas, aunque despojando, esta vez, todo recurso fantasioso, bajo la apariencia de comedia convencional, Ramis plantea un sutil dilema entre los roles que nos tocan vivir por naturaleza y entorno social, frente a la extraordinaria complejidad del ser humano. En este caso, el director observa dicho enfrentamiento en las personas de un mafioso atrapado en una vorágine de violencia y en las estrictas reglas «morales» que condicionan su existencia, que en un momento determinado comienza a tomar conciencia de su propia debilidad y su miedo, y un psiquiatra, incapaz de desligarse de la sombra alargada de su padre, psicoanalista de prestigio, quien por imposiciones del destino se ve forzado a aceptar al gángster como cliente, justo en vísperas de su matrimonio y de una importante reunión de «capos» de la «Cosa Nostra», donde analizarán su futuro, amenazado por la pujanza de las nuevas mafias, en especial la rusa.

El argumento sirve de pretexto, no sólo para una batería de gags, a cuál más delirante (a destacar la escena en que el psiquiatra en apuros utiliza el agua de una pila bautismal para refrescarse), o para que los protagonistas, estupendos tanto como , se enzarcen en unos diálogos absolutamente geniales (como cuando ambos discuten airadamente sobre el complejo de Edipo), sino que al mismo tiempo traza progresivamente una historia de mutuo conocimiento y comprensión, que deriva inexorablemente hacia la amistad por encima de las muchas diferencias que los separan, y que, si bien culmina de forma un tanto predecible y forzada, consigue el milagro de no caer en los tópicos y convencionalismos superficiales que acompañan, tanto a la comedias hollywoodienses, como a las películas de gángsters, incluso a las consideradas más serias.

Por otra parte, merece destacarse la extraordinaria labor de casting, capaz de reunir una colección de tipos inquietantes como pocas veces se ha visto, aunque un servidor eche en falta un mayor protagonismo de , la desternillante Phoebe de la serie Friends, que aquí se antoja como mero reclamo comercial, pues su personaje no consigue encajar en la historia. ¡Ah!, y un diez al orondo muchachito que interpreta al hijo de Crystal; me pareció todo un hallazgo.

Eyes Wide Shut: Noche de ronda

Precedido por un excesivo e inmerecido morbo, el film póstumo de ha sido considerado como el segundo gran acontecimiento cinematográfico del año, tras el irresistible y polémico Episodio 1 de Star Wars, con idénticos resultados en cuanto a valoración de crítica y público se refiere, no así en cuanto al éxito comercial, pese a las expectativas y el atractivo reparto, encabezado por la pareja más sexy y poderosa de Hollywood en el momento: y Nicole Kidman, o viceversa.

Eyes Wide Shut no ha satisfecho a los que esperaban un film casi pornográfico, ni siquiera a los fans más fieles de la pareja protagonista. Todavía menos a los admiradores del talento obsesivo, enfermizamente matemático y perfeccionista de su director, tal vez esperando un definitivo testamento, una especie de canto del cisne, y no una película más de su filmografía. Resulta, pues irónico que, precisamente yo, que pocas veces he comulgado con la particular visión creativa de Kubrick, a quien he tachado siempre de divo arrogante, siendo objetivo, e incluso siendo subjetivo, califique su última creación como obra maestra, pero no tengo otro remedio.

Estamos ante un film duro, sin concesiones, crudo en el contenido, más que en la forma, atravesado de parte a parte por una atmósfera pesimista frente a la condición humana y su plasmación en la vida en pareja, el matrimonio, la familia, los clichés y tópicos que siglos de evolución apenas han variado, y que no esconden sino una complaciente hipocresía, en una desesperada búsqueda de la seguridad frente a los fantasmas del sexo y la muerte, que como pesadillas sacuden nuestra conciencia y remueven nuestros instintos. En Eyes Wide Shut, el sexo y la violencia más lacerantes no se muestran públicamente a través de las imágenes, sino que fluyen con las palabras, con los memorables diálogos con los que el director desnuda y disecciona a los protagonistas, envueltos en un escenario plagado de lugares, personajes y situaciones surrealistas, como si Buñuel y hubiesen intercambiado su sabiduría en la compleja materia gris de Kúbrick, quien, por otra parte, ha encontrado su complemento ideal, su Mankiewicz particular en el excelente guionista (responsable, entre otros, del ejemplar guión de Dos en la carretera, de ), quien logra trasladar, con evidente credibilidad, la, en su día, perturbadora Traumnovelle, del austríaco, contemporáneo de Freud, (cuya novela más célebre sea, merecidamente, La Ronda, llevada al cine por Ophüls y que guarda evidentes paralelismos con el film de Kubrick) al Nueva York actual, patria de la nueva Babilonia y, por ende, de todos los vicios, neuras y obsesiones de nuestro tiempo.

No resulta extraño que Kubrick pensara en un primer momento en como protagonista de la historia, pues esta refleja con milimétrica precisión los grandes temas del genio de Brooklyn, y hubiese dado, de paso, mayor textura al cínico, negro y soterrado sentido del humor que impregna el film, pese a la lentitud, para algunos, exasperante de la puesta en escena. Pero, acertadamente, ha preferido contar con un matrimonio real, joven y afamado, paradigma del «American Way Of Life«, lo que, sin duda, acrecienta la sensación de desesperanza en el espectador, llegándose, a través de ella, a un genuino terror, el que parte de nuestros miedos más profundos y racionales, en especial aquellos que tienen que ver con nuestra vida sexual, monógama por imposiciones sociales, culturales y religiosas. No es casual, por tanto, la fijación del film en el número dos, el número de ocasiones que suele repetirse cada situación (como la visita a la tienda de disfraces, o a la mansión situada en pleno bosque), reiteración como metáfora existencial, reiteración acentuada por el machacante piano que acompaña las secuencias más inquietantes, capaz de dejar al espectador menos preparado al borde de un ataque de nervios. Es la forma, extraña, que tiene Kubrick de jugar con nosotros, de hacernos partícipes de la pesadilla que ha creado. Hasta que, al final, nos da la clave que resuelve el problema, devolviéndonos a un punto de partida impreciso y, por lo tanto, abierto. Dicha clave la resume muy claramente : ¡follar!. De este sencillo acto depende muchas veces la estabilidad y el equilibrio emocional de dos personas que se aman.

Amén.

La Amenaza Fantasma: No es lo mismo, pero es igual

Comentar La Amenaza Fantasma sin referirse a las anteriores entregas de Star Wars puede sonar a sacrilegio, pero, en un primer acercamiento crítico resulta indispensable. El propio ha dicho que hay que acercarse al film «virgen», es decir, sin prejuicios, como si éste fuese de verdad el primer capítulo de la saga. Y en ese sentido hay que reconocer que, si bien la película falla lo suficiente para no ser considerada una obra maestra, sí que merece ser valorada, en su terreno, como el trabajo más redondo y exquisito de la década, con permiso, claro está, de la modélica Titanic.

Nos encontramos, no cabe duda, ante una película que genera, incluso antes de ser vista, sentimientos encontrados. Así, era de esperar que los críticos más sesudos, aquellos que vieron en la primera trilogía el preludio del fin del renacimiento del cine intelectual, la pusieran a caldo (eso sí, esta vez, paradójicamente, apoyados por los fans más enfermizos de la saga, esos que no ganan para maquetas del Halcón Milenario y que, en algunos casos, se llegan a creer Jedis), mientras que los menos escépticos y displicentes hemos disfrutado de lo lindo con el particular, desenfadado y muy coherente universo creado por Lucas, toda una gama de mundos que, si en la primera trilogía bebía directamente del «western«, las leyendas artúricas y la filosofía samurai, en esta ocasión encuentra su inspiración, esencialmente, en el cine de romanos (Ben-Hur como ejemplo más obvio), el Nuevo Testamento (la polémica inmaculada concepción del pequeño Anakin Skywalker y su designio aparentemente divino) y la densa tradición medieval esotérica centroeuropea, esta última, particularmente homenajeada con la referencia a los midi-chlorians, sumos sacerdotes que guardaban los secretos de las runas (rune, en germánico antiguo, significa «fuerza»), aquí convertidos en microorganismos inteligentes, claves en el concepto de «La Fuerza». Todo ello envuelto con ecléctico encanto (la princesa Amidala y sus fastuosos vestidos de inspiración entre veneciana y persa, la impresionante capital de Naboo, una especie de Estambul con elementos románicos y, de nuevo, venecianos, o la increíble ciudad submarina de los gungans, que haría las delicias del mismísimo Jesús Gil) y sin demasiadas pretensiones pseudo-filosóficas, eliminando la superficial rimbombancia de los diálogos de la primera trilogía, aunque a costa de un involuntario empobrecimiento de los mismos.

Pero, probablemente, lo que más divisiones ha generado la propia potencialidad del film, abiertamente dirigido hacia las nuevas generaciones, las que han crecido con las video-consolas, y que demandan un espectáculo cuasi interactivo, objetivo que se ha conseguido con creces, y que, sin embargo ha enervado los ánimos de muchos de quienes disfrutaron en su infancia de los episodios anteriores (o posteriores, según se mire). Hay más linealidad en las interpretaciones, lo que ha sido calificado como «menos humanidad», más visualidad, acorde con los tiempos que corren, cierto tono infantil (comenzando con el muy discutido personaje virtual Jar Jar Binks) que puede desconcertar, pero que a los chavales les encanta, la tensión sexual, simplemente, no existe (la ausencia de un «Han Solo» pesa mucho en el film), el presunto malvado estrella, el tal Darth Maul, no es más que un sicario, un mero aprendiz, que, por supuesto, no concita —tampoco se pretende- el magnetismo de Darth Vader, por ejemplo. Pero, como muy bien ha indicado el propio director, estamos ante una mera introducción de personajes que, en las sucesivas entregas de la saga se irán desarrollando, sin llegar a ser El Padrino, obviamente, pero con más oportunidad de lucimiento para los actores (entre los que espero haya hueco, aunque sea en espíritu —y si lo digo, es por algo-, para , con diferencia, quien mejor parado sale en la película). No nos engañemos, George Lucas puede que no sea un gran director, pero ha creado un mito, un referente universal, un imperio con múltiples ramificaciones que, a buen seguro, no se echará a perder por la fobia de unos o el desencanto de otros.

Catálogo de pequeños «horrores»

Por último, a modo de divertido epílogo, he aquí algunos (no todos) errores y gazapos del film:

  • La película transcurre unos treinta años antes de La Guerra de las Galaxias. Sin embargo, la diferencia de edad entre el Obi-Wan jovial de La Amenaza Fantasma y el anciano Obi-Wan del cuarto episodio parece mucho mayor (de hecho, lo es). ¿Envejecimiento prematuro?
  • La mayor parte de la película se sitúa en el árido Tatooine. Sin embargo, en el cuarto episodio C3PO no recuerda haber estado nunca en dicho planeta, cuando, precisamente, ¡¡¡fue construido allí!!!
  • Por cierto, en ese mismo episodio, Obi-Wan no recuerda haber tenido nunca al robot asteroide R2D2. ¿Ataque de Alzheimer?
  • Tatooine es un planeta situado en una sistema con dos soles. ¿Cómo es posible, entonces, que sus habitantes proyecten sólo una sombra (eso por no hablar del infernal ruido que producen las naves ¡¡en pleno espacio exterior!!)?
  • Al aterrizar en Tatooine, el malvado Darth Maul contempla admirado la constelación de Orión, ¡tal y como se ve desde la Tierra!. Y eso que estamos en una galaxia muy, muy lejana.
  • En Tatooine, el amo y señor es Jabba, una babosa gigante, quien, sin embargo aparece mucho más delgado y bajito en el cuarto episodio, para, curiosamente, volver a engordar y crecer sin mesura en El Retorno del Jedi. ¿Repentinos cambios de metabolismo?, ¿dieta inadecuada?
  • Anakin parece que es hijo único, pero, en la cuarta entrega, Luke, su hijo, vive en la granja de su tío carnal y hermano mayor del entonces maléfico Darth Vader. ¿Cómo es posible?
  • En El Imperio Contraataca, Obi-Wan le dice a Luke que visite a Yoda, el maestro que le instruyó para ser un Jedi. ¡¡¡Y qué pasa con Qui-Gon Jinn!!!
  • En una secuencia crucial, Qui-Gon Jinn cura una herida al pequeño Anakin, momento que aprovecha para extraerle sangre con intención de examinarla, pero en ningún momento se ve cómo demonios se produce la herida el chaval. ¿Elipsis narrativa, descarte de montaje, gazapo en toda regla? ¿Tendremos que esperar a una Edición Especial para averiguarlo?

Hasta entonces, que LA FUERZA os acompañe.