Las comparaciones no siempre son odiosas… A veces resultan necesarias.
En el caso de City of Angels, las comparaciones con Cielo sobre Berlín, de Wim Wenders son forzosas, aunque un servidor ha llegado a pensar que resultaría inútil ponerse a buscar similitudes (las hay, aunque bien pocas) y diferencias (bastante evidentes); simplemente invitaría al espectador a visionar ambas películas de forma consecutiva, y si no es capaz de llegar a las mismas conclusiones que yo, una de dos: o dicho espectador ha sido afectado por una sobredosis de Coca-Cola y palomitas de maíz, o es que, definitivamente, no sirvo para esto de la crítica.
No voy a entrar en si ésta es mejor o peor (allá cada cual con sus gustos), pero que alguien me explique qué carajo tiene que ver el existencialismo y la visión humanista, no ya de un Berlín, sino de toda una Europa en vísperas de la caída de comunismo (con la consecuente crisis de ideales), de la -lo reconozco- discutible obra de Wenders, con el cruce de postalitas, estética MTV, melodrama sobrenatural lacrimógeno y consignas de cura de parroquia de barrio que practica el tal Brad Silberling, director cuyo mayor «logro» hasta la fecha había sido dirigir Casper.
Y ya que estamos, ¿alguien puede decirme por qué todo el mundo, incluidos Meg Ryan y Nicolas Cage, pone cara de imbécil en esta película? ¿Acaso los ángeles de Los Ángeles, además de vestir como vampiros de diseño y no cambiarse de ropa, se dedican al tráfico y consumo de éxtasis?
Menos mal que, al menos, el final de la «peli» no es el típico desenlace sensiblero y feliz, ¡todo un hallazgo, por fin!. Ya hubiese sido el colmo.
Por cierto, la canción de los títulos de crédito finales me gustó mucho. Tal vez haya que recomendar el CD.