Mal acostumbrado nos tenía el cine español con la sobriedad y seriedad de sus estrenos para que nos viniera el terrible Juanma Bajo Ulloa rompiendo con la frialdad y aspereza de sus dos anteriores películas y desmarcándose con la única producción patria realmente «golfa» del año. La reacción no se hizo esperar, y los elementos más carcas de nuestra prensa especializada se pusieron en pie de guerra, a mi entender, injustamente, contra esta apología del cine gamberro y el nonsense más corrosivo. Curiosamente, muchos de estos elementos no dudaron en encumbrar a sospechosos personajes de la talla de Robert Rodríguez, a pesar de que ni su cutre Mariachi ni su espantosa secuela, Desperado, ni la sanguinolenta Abierto hasta el amanecer (el referente más próximo) le llegan a la suela del zapato a Airbag.
La acción comienza cuando un niño bien (inconmensurable Karra Elejalde), prometido con la guapa hija de una aristócrata, es arrastrado por sus amigotes, tan «pijeras» como él, a un burdel lleno de mulatitas. Los problemas aparecen cuando el protagonista pierde su anillo de compromiso, un auténtico «pedrusco», en el culito de una de ellas (espectacular Vicenta Ndongo), de la que se ha enamorado. A partir de este momento se inicia una alocada búsqueda del preciado bien (al que podríamos considerar como un McGuffin por la nula importancia que tiene para el espectador) en la que los tres acomodados protagonistas se verán envueltos en una realidad desconocida y ultraviolenta que les estallará en la cara como si de un airbag (de ahí el título de la película) se tratara. Atrapados en el fuego cruzado de dos bandas mafiosas, perseguidos por incansables sicarios, rodeados por una trama de vicio, poder y corrupción en la que un pederasta candidato a la presidencia del gobierno es chantajeado, los tres hijos de papá tendrán que apañárselas con ingenio y grandes dosis de «chorra» para salir del entuerto. La ausencia de una estructura argumental clara que permita sostener el film es suplida con creces por una clara tendencia al paroxismo humorístico propia de los dibujos animados de la Warner (la influencia de Chuck Jones resulta evidente) y por un decantamiento hacia el surrealismo, hacia el cine del absurdo o gansada (en el buen sentido de la palabra) refrendado por el extraño virtuosismo en la realización de Juanma Bajo Ulloa y por los quilates de calidad que aportan la maraña de celebridades que jalonan el espectáculo: actores y actrices de la talla de Paco Rabal y Rosa María Sardá, entre otros muchos; cameos de impresión, como el delirante culebrón protagonizado por Javier Bardem; colaboraciones de lujo, como la del cantante Albert Pla, que se marca un «soy rebelde» sacro de auténtica sensación, o la sorprendente aportación de Karlos Arguiñano (co-productor del film) en el papel de padre de Karra; proliferación de tías buenas, entre las que destacan la televisiva Raquel Meroño, la extraña y sensual María de Medeiros y la ya mencionada Vicenta Ndongo; así como sorpresas tan agradables como el sicario gallego -y del «Depor»- interpretado por Manuel Manquiña (sin duda alguna, lo mejor de la película), cuya recurrente frase «profesional…, muy profesional» merece ser incluida en uno de esos CD-ROM multimedia para la posteridad. Todo ello adornado con un impecable diseño de producción y una salvaje banda sonora al más puro estilo Tarantino (el gran gurú del cine actual).
En definitiva o en «conceto», una película desenfadada, la mar de entretenida y que el tiempo pondrá en el lugar que se merece.