Pensar hace algún tiempo que alguna producción pudiera disputarle las lentejas al fenómeno Star Wars, entraba, cuanto menos, en el terreno de la ciencia ficción. Sin embargo, este año está siendo especialmente fructífero en cuanto a acontecimientos cinematográficos de primera magnitud, y Matrix es, indudablemente, uno de ellos, comparable al que supuso en su día Blade Runner, por lo que ambas películas han tenido de revolucionarias, al menos, en su aspecto formal.
¿Qué es lo que Matrix tiene de original? En principio, una concepción visual absolutamente innovadora, basada en un diseño de producción novedoso, incluso equiparable a la imposible puesta en escena del arte secuencial (lo que vulgarmente denominamos cómic), y sobre todo en unos impactantes efectos especiales de ultimísima generación (y aquí hay que romper una lanza por el singular avance que ha supuesto el sistema operativo Linux en el terreno de la infografía, lo que ha permitido abaratar mucho los costes y la posibilidad de romper de una vez por todas con la tiranía de las grandes compañías de efectos visuales, llámense Industrial Light & Magic, Digital Domain o Sony Imageworks) que aportan un salto cualitativo en cuanto a concepción visual y dominio del espacio y el tiempo por parte del realizador. Está muy cerca el día en que los directores de cine (o, más bien, los productores) puedan manejar la realidad a su antojo, es decir, que estos puedan utilizar la imagen como un lienzo y a los ordenadores como instrumentos de creación artística.
En cuanto al contenido del film, sin duda más convencional que el continente, Matrix se ha concebido como un gigantesco pastiche de referencias, que van desde el puro relato mitológico, con claras influencias pseudo-religiosas de carácter mesiánico, mezclando el sionismo y el neocristianismo con el kung-fu y las técnicas de autorrealización, pasando por la más pura exaltación de la violencia, mostrada siempre de forma espectacular y atrayente, lo que confiere al film un cierto tufo fascistoide, hasta la inevitable atmósfera ciberpunk cuyo máximo exponente es, ciertamente, William Gibson y su impagable novela Neuromante. Todo ello salpicado con claros y explícitos homenajes a Lewis Carrol y su Alicia, y, cómo no, a la auténtica Biblia de la ciencia ficción contemporánea: Un mundo feliz, de Aldous Huxley. En definitiva, un auténtico batiburrillo no tan difícil de descifrar pero que, en ocasiones, no se sujeta ni con pinzas.
Haré caso a la campaña publicitaria y no trataré de explicar lo que es Matrix. Que cada cual saque sus conclusiones. Ahora bien, ¿no resulta paradójico que aquello que los protagonistas pretenden combatir les sea absolutamente necesario para conseguir sus fines? Más aún, ¿no es precisamente Matrix lo que se está imponiendo en este tipo de películas, en las que los actores son utilizados como meras marionetas al servicio de la tecnología punta? Dejo, maliciosamente, estas dos preguntas en el aire.