Nueva comedia romántica de los responsables de Cuatro bodas y un funeral, nueva ocasión de lucimiento para el discutible actor británico Hugh Grant, aquí algo más comedido que ocasiones anteriores, y, sobre todo, para quien ya se ha convertido en la reina absoluta del género: Julia Roberts, cada vez mejor actriz, lo que me evita hacer comentarios sobre esa dudosa fama de «sex symbol» que uno no acaba de comprender demasiado.
Refinado producto este Notting Hill, que no acaba de transmitir la frescura del ambiente y las gentes que habitan el famoso barrio londinense que le da nombre, pese al magnífico grupo de secundarios, sin los cuales la pareja protagonista y la historia en sí correría el peligro de naufragar. Mención especial merece el galés Rhys Ifans, con su imposible físico y su absoluta falta de pulcritud, quien desborda completamente a los protagonistas, robándoles todas y cada una de las escenas en que aparece.
El guión, una variante algo improbable del típico «chico encuentra chica», combinada con el clásico cuento de Cenicienta, pero a la inversa, e influenciado claramente por Vacaciones en Roma, logra sostenerse gracias a la habilidad de Richard Curtis para dotar de sencillez y veracidad a las situaciones más increíbles (a destacar la secuencia de la cena en casa de los amigos, y la diferente reacción que cada uno tiene ante su encuentro con la estrella de cine, o la muy estudiada escena de la entrevista de promoción, en la que el protagonista se hace pasar por reportero de la revista «Caballos y perros»), así como al buen oficio del desconocido Roger Michell, a quien, pese a no haber rodado precisamente la comedia de la década (tanto La boda de mi mejor amigo como Todos dicen I love U son muy superiores), sí, en cambio, le corresponde el mérito de haber creado, probablemente, la mejor secuencia que un servidor ha visto en muchos años: un extraordinario «travelling» trucado en el que el protagonista camina por el mercado de Notting Hill mientras las estaciones del año van cambiando, y con ellas la vida de las personas que lo rodean. Un momento mágico e irrepetible, sin duda, ante el cual, el previsible «happy end«, como colofón del, paradójicamente, punto más débil de la película: su romanticismo de lágrima y aplauso fáciles, queda difuminado, por no decir eclipsado, en el recuerdo.