Siguiendo los pasos de la popular serie -magnífica, por cierto-, y de cara a una ampliación del número de seguidores de la misma, su productor, el enigmático Chris Carter (hombre retorcido donde los haya), ha escrito personalmente el guión de Expediente X: Enfréntate al futuro, concebido, en parte como un capítulo más de la serie, aunque con más medios y una utilización magistral (encuadres perfectos, clásicos) del formato Cinemascope (aunque advierto que hay capítulos televisivos más logrados), en parte como un film dotado de cierta autonomía, muy comercial, de cara a que el espectador, no necesariamente seguidor de las aventuras de Mulder y Scully, se sienta implicado sin problemas en la historia, la cual, por cierto, no es más que una nueva vuelta de tuerca a la tan traída teoría de la conspiración, acuñada por los yanquis (¡siempre tan idealistas!) y que, al parecer, comienza a ponerse de moda en nuestro país (¡ejem!).
La vuelta de tuerca consiste en la implicación de una supuesta civilización extraterrestre, por supuesto, muy superior a la nuestra (aunque sus modales dejan mucho que desear), en un oculto complot internacional para apoderarse del mundo y sus enormes recursos naturales, según ellos, mal administrados, mediante la extensión de un terrible virus cuyo antídoto, por si las moscas, poseen sólo sus cómplices humanos (tipos estirados de sospechoso tufillo neonazi), entre los que, para satisfacción de los fans de la serie, se encuentra «el fumador».
Por supuesto serán los héroes de la historia, los intrépidos David-Mulder-Duchovny, alias «repelús» debido su obsesión por los fenómenos paranormales desde la misteriosa desaparición de su hermanita, y Gillian-Scully-Anderson, tan escéptica como siempre, los encargados de echar provisionalmente por tierra los siniestros planes de los conspiradores. Contarán para ello con la inestimable ayuda de una «garganta profunda» (el siempre magnífico Martin Landau) y alguna que otra rocambolesca casualidad (situaciones resueltas de modo un tanto simplón). Sin olvidar el verdadero gancho de la serie: la contenida atracción sexual entre los dos protagonistas, nunca consumada (a lo más que llegan es a un intento genialmente frustrado de «morreo»).
En definitiva, un más que digno entretenimiento, con unos efectos especiales soberbios y una fotografía de Oscar (no exagero, maravíllense con la extraordinaria secuencia del despegue del OVNI en la Antártida), y con la solvencia de un director habitual de la serie (y por tanto gran conocedor de la misma), apoyado por la mano maestra de Chris Carter y el correctísimo trabajo de los dos actores protagonistas, quienes, sin ser grandes estrellas, pueden, de hecho, considerarse como iconos de fin de milenio, al igual que la serie, que, por si no lo saben, continuó…