A Tim Burton hace tiempo que le ha salido un competidor más light y, por lo tanto, más comercial llamado Barry Sonnenfeld, artífice, entre otras, de las dos entregas de la peculiar Familia Addams. Ahora triunfa en las carteleras con la adaptación del popular (sólo en los EEUU) cómic de ciencia-ficción y humor M.I.B. con una clara concesión a lo políticamente correcto, como lo es la presencia destacadísima del popular Príncipe de Bel-Air Will Smith, muy bien acompañado por el sensacional, aunque a veces un poco histrión, Tommy Lee Jones. Esta vez, sin embargo el tono «pasado de rosca» lo pone el joven Will.
La estética cómic de la película se deja notar desde los fabulosos créditos iniciales (con esa cámara siguiendo el efímero vuelo de una esquiva libélula) hasta el simpático final, marcadamente existencialista, que no voy a revelar. Planos vertiginosos, encuadres imposibles (cómo se consiguieron es un misterio para mí), diseño delirante, gags ingeniosos y diálogos frenéticos que buscan la risa fácil, sin pretensiones, consiguen que, dentro de su convencionalismo, esta película se sitúe cualitativamente por encima de la media de las películas comerciales estrenadas en lo que llevamos de año, aunque sin llegar, ni mucho menos, al grado de corrosividad y surrealismo de Mars Attacks!, por poner un ejemplo. En este sentido, no cabe esperar de ella nada que no hayamos visto ya, aunque sin el grado de sofisticación (increíbles los efectos especiales) del que hacen gala estos hombres de negro. Pero, en cambio, sí que se agradece el tono abiertamente jocoso, sin otro objetivo que el de divertir sin ofender conciencias (apenas se percibe en ella un atisbo de patrioterismo yanqui, ni tampoco lo contrario), que hace que el tiempo se nos pase volando (la película, ya de por si, es cortita) y salgamos del cine sin un reproche y sí con una sonrisa. Y es que, a veces, apetece ver este tipo de películas que te despreocupan de todo y no te dejan pensar en malos rollos, ¿verdad?. Y si, encima, el director tiene la deferencia de incluir en el reparto, aunque sea en un papel muy secundario, a Linda Fiorentino y de deleitarnos con un Vincent D’Onofrio en plan «funda de piel para cucarachas mutantes» y con el eficiente -como siempre- score compuesto por el genial Danny Elfman, mejor que mejor.