Más que al género «western«, del que superficialmente capta cierta estética, Wild Wild West pertenece al género, tan de moda últimamente, de las adaptaciones de series clásicas de televisión, en este caso de la conocida en estos lares como Jim West, o las aventuras de una especie de James Bond de ala ancha con revólveres plateados y pura sangre, a quien los dictados de la industria de Hollywood han cambiado el arquetípico rostro «amway» de Robert Conrad por el sano rostro afro-americano de Will Smith, con quien el director, Barry Sonnenfield, ya había colaborado en la mucho más conseguida Men In Black.
Repiten su peculiar socio, Artemus Gordon, encarnado por un poco aprovechado (el guión no daba para más) Kevin Kline, aunque sea, con diferencia, lo más atractivo del film, así como el curioso tren repleto de «gadgets» con el que nuestros intrépidos héroes persiguen al malvado Loveless, un sobreactuado Kenneth Brannagh de medio cuerpo, por obra y gracia de las últimas técnicas digitales, lo que da pie a numerosos comentarios de dudoso gusto por parte del protagonista. Eso sin mencionar a la bellísima Salma Hayek, quien, sin embargo, se limita a actuar de mero florero, para satisfacer, seguramente, las demandas del «lobby» latino, cada vez más poderoso en USA.
Pese a su prometedor comienzo, con esos títulos de crédito que hubiese firmado el mismísimo Saul Bass (que en paz descanse), y con una primera mitad bastante potable, decae estrepitosamente a raíz, sobre todo, de la aparición en escena de la dichosa araña gigante, convirtiendo lo que debería ser el auténtico clímax de la película en un reiterativo, por no decir tedioso, cúmulo de efectismos, chistes fáciles, secuencias de acción mal resueltas, previsibles y poco audaces.
Mal balance final, pues, para un film que cumple bien su misión de entretener, pero del que, teniendo en cuenta que el director no es un desconocido y que los actores podían dar mejor juego, cabía esperar más brillantez. Por suerte, tanto la fotografía, obra del genial y poco recompensado Michael Ballhaus, como el «score«, fruto de la maestría de Elmer Berstein (probablemente, junto a Jerry Goldsmith, el mejor compositor vivo de bandas sonoras), sí que están a la altura de las circunstancias, es más, están muy por encima de ellas.