Inocencia Rebelde: Sin barreras

Hermoso y sugerente film cuyo argumento parte de un cuento de hadas (en el que no falta la malvada bruja del bosque, situado al otro lado de las murallas que protegen la aldea donde habita una bella princesita junto a su familia) contado por la protagonista, una niña de diez años perteneciente a la clase alta y dotada de una imaginación portentosa, y que sufre graves problemas afectivos derivados de una enfermedad cardíaca, cuya consecuencia física es una enorme cicatriz en el pecho. Sin embargo, muy pronto percibimos que el verdadero peligro reside dentro de las murallas, en el aparentemente tranquilo barrio residencial llamado, irónicamente, Camelot Gardens, donde habita la pequeña Devon (una soberbia ), rodeada de toda una gama de personajes mezquinos, empezando por sus propios padres, que basan sus relaciones personales en la ostentación, la imagen y el prestigio (de ahí que los padres de la protagonista la fuerzen a recorrer el vecindario, vendiendo galletitas para una causa caritativa, con el único propósito de integrarla en la comunidad).

Un día, la pequeña Devon se adentra en el bosque y conoce a Trent (excepcional , al que pudimos ver interpretando al personaje asilvestrado de Box of Moonlight), un joven jardinero de clase baja que se dedica a cortar el césped de las casas del barrio residencial, y que es tratado con absoluto desprecio y desconfianza por los habitantes del mismo. Entre ambos comienza a gestarse una hermosa relación de amistad y mutua fascinación, observable en cada uno de los gestos y miradas que se dedican el uno al otro, que no será bien visto por una hipócrita sociedad de la que se sienten absolutamente desplazados.

Gran parte del mérito de la película reside en el extraordinario guión firmado por (y premiado en el festival de Sitges), en el que se describe admirablemente ambientes (que en ocasiones recuerdan bastante a Eduardo Manostijeras, la obra maestra de , con sus jardines, sus casitas de ensueño, sus barbacoas…) y personajes, entre los que yo destacaría al vigilante del barrio (con ínfulas de ), a los repugnantes niñatos ricos (uno de ellos, no sólo mantiene relaciones con la madre de la protagonista, sino que, encima, intenta abusar sexualmente de esta última) y, sobre todo, al padre de Trent, un auténtico despojo social, que guarda con escrupuloso celo las banderas estadounidenses de sus compañeros muertos durante la Guerra de Corea… Todo ello situado en el contexto político de la Guerra del Golfo, vivida a conveniente distancia, desde sus televisores, por la acomodaticia comunidad de Camelot Gardens, que no es más que un reflejo levemente distorsionado de la mentalidad de clase media yanqui.

Pero, sin duda, lo más atractivo del film es la intensidad emocional con que se afronta la complejísima relación entre la niña y el jardinero, cuyo referente inmediato puede hallarse en la magnífica Viento en las velas, de Mackendrick (concretamente a la relación entre la pequeña y el maduro pirata interpretado por ), y que en ambos casos acarrean consecuencias trágicas. Una relación que el director trata de mostrarnos sin concesiones al morbo, algo muy difícil de conseguir, teniendo en cuenta el considerable impacto social que los últimos casos reales de pederastia han suscitado.

Echo en falta, sin embargo, más momentos mágicos (como la escena de la niña aullando en la azotea, el cuento infantil que sirve de eje a la historia, o la increíble huida final del joven Trent), aunque esta carencia se compense con detalles ciertamente surrealistas (el atroz chavalín, cuyos vandálicos actos recaen, injustamente, en el jardinero, o la escena de la niña protagonista orinando sobre el parabrisas del coche). Sin olvidar, por supuesto, la cálida y cristalina mirada de Mischa Barton (¡un pedazo de actriz!) capaz de conmover hasta a las mismísimas piedras. ¡¡¡Amo a esta niña!!!

Jackie Brown: Coge el dinero y corre

Tercer largometraje de Tarantino, sin duda, el director más influyente de los últimos años, Jackie Brown es, probablemente, su obra más madura y personal, pese a estar basada en un argumento ajeno (la novela Rump Punch, de Elmore Leonard, uno de los escritores que más obras ha visto llevadas a la gran pantalla, que Tarantino adapta libérrimamente), y que significa, además de un cambio de rumbo en su particular manera de contar historias, un auténtico ajuste de cuentas hacia aquellos -envidiosos, la mayoría- que dudaban de su precoz genialidad, acusándole de hacer películas simplemente brillantes y efectistas, repletas de violencia edulcorada y coreografiada, para satisfacción de mentes pueriles.

En Jackie Brown, definitivamente, rompe con este estigma, proponiéndonos un cine más intimista, más cercano a los personajes, donde, por primera vez, apuesta por una visión distanciada de la violencia (toda ella aparece fuera de campo o imperceptible en la lejanía), al tiempo que rescata un estilo sobrio, incluso clasicista, sin ser esquemático, básicamente inspirado en el cine negro de los 70, en especial, por su tono desmitificador. No es de extrañar, por tanto, que haya recurrido a su admirada (heroína de la «blaxploitation», subgénero afro-americano y feminista, de moda en aquellos años), para interpretar el personaje principal, Jackie Brown (en el original, rubia y de ojos azules, y de apellido Burke), una azafata madurita de bajos vuelos, a la que la vida no ha tratado muy bien que digamos, y que trata de resarcirse apoderándose de medio millón de dólares, propiedad de un peligroso gangster de poca monta (el siempre sensacional ), traficante de armas y proxeneta, al que la policía trata de echar el guante, usando como cebo a la protagonista. Se inicia así un doble juego, en el que unos y otros serán víctimas de la astuta Jackie, quien contará con la inestimable ayuda de un fiador (merecidísima nominación al Oscar para , actor felizmente rescatado del olvido por Tarantino, y al que recordamos como el joven jinete desnudo que encandilaba a en Reflejos en un ojo dorado, de ) que se siente atraído por ella desde el primer momento. Entre los dos se establece una particular relación de íntima amistad y comprensión (ambos se hallan a las puertas de la vejez), una especie de casto romance crepuscular, que constituye uno de los grandes aciertos de la película.

La perfecta estructura narrativa del film, cuyo momento cumbre es, a mi juicio, la escena de la entrega del dinero en la boutique del aeropuerto, contemplada desde tres puntos de vista diferentes; el perfecto dibujo de los personajes, tanto los principales, como los secundarios: el callado aunque imprevisible sicario (), la putita del gangster (), harta de humillaciones, el policía con complejo de «cowboy» (un más comedido de lo habitual) y su ayudante (), etc. ; una realización modélica (bellísimo el plano final de la protagonista), soberbia (largísimas secuencias sin cortes, perfectamente engarzadas con los clásicos planos-contraplanos) y sin fisuras (aunque alguno puede decir que a la película le sobra metraje); y, por supuesto, los magníficos diálogos, marca de la casa (aunque, en esta ocasión, más depurados), son, en mi opinión, las grandes bazas que presenta esta película, muy superior a sus anteriores trabajos (y eso que yo siempre he considerado a Pulp Fiction como una obra maestra), que marcará, inevitablemente, un punto de inflexión en la meteórica carrera de este, todavía, aspirante a Maestro.

Mejor… Imposible: El lado bueno de la vida

Como ya es habitual, el irregular director norteamericano , realizador de la multipremiada y sensiblera La fuerza del cariño, vuelve a contar con su amigo para una comedia, cuyo principal aliciente no reside exactamente en la historia que nos cuenta, sino en las portentoso trabajo de sus intérpretes, entre los que, además del propio Nicholson, ganador del Oscar de la Academia de Hollywood, destacan una portentosa (que recuerda poderosamente a actrices clásicas de comedia, como, por ejemplo, ), también ganadora del Oscar, capaz de sostener la mirada al mismísimo Jack (algo nada fácil de conseguir), y un memorable (nominado para el Oscar al mejor actor de reparto), quien, con su estupendo papel de gay, consigue el milagro de hacernos olvidar al de La boda de mi mejor amigo.

Jack interpreta a Melvin, un neurótico compulsivo, desagradable, machista, homófobo, paradigma de la mentalidad políticamente incorrecta (en la ceremonia de entrega de los «oscars», bromeó afirmando que sería el perfecto candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos), quien, sin embargo, es capaz de escribir novelas románticas de éxito. Y es que, en el fondo de ese ser aparentemente despreciable, se esconde un corazón sensible al que le cuesta emerger a la superficie, pero que, a lo largo del film se irá manifestando cada vez con más fuerza, gracias a los dos personajes, la camarera cuyo hijo sufre todo tipo de alergias asmáticas, y el pintor gay, dueño de un simpático perrito (todo un puntazo), hasta concluir en el inevitable final feliz, tan predecible como complaciente.

Con un guión de tono costumbrista, más atento a la evolución de los personajes que a desarrollar un argumento, una realización un tanto convencional e irregular (significativo que el director no hubiese sido nominado al Oscar), y que hace una contundente -aunque, tal vez, desvirtuada por tratarse de una clásica comedia romántica- denuncia del terrible sistema sanitario estadounidense (el pintor arruinado al pagarse una operación de cara tras ser horriblemente agredido en su propia casa, la chica cuyo seguro médico no le llega ni para realizarle unas analíticas a su hijo…). Un film, en definitiva, interesante, con algunas lagunas, y que cuenta, probablemente, con el mejor trabajo interpretativo, en cuanto a comedia se refiere, de los últimos años. Las risas están aseguradas.

The Boxer: Conmigo o contra mí

Fenomenal nueva incursión de en un tema que tan bien conoce como es el terrorismo y sus trágicas consecuencias, no sólo físicas o políticas, sino además en el de la frágil convivencia, cercana al caos, de quienes son su objeto y sujeto, en este caso, católicos y protestantes del Ulster, y las, entonces, pocas, más bien escasas probabilidades de alcanzar la tan deseada paz en dicha zona.

Esta vez, sin embargo, Sheridan ha optado por afrontar este difícil tema con vocación nada localista, sino más bien al contrario: tratando de que su personal apuesta por la paz llegue a todos aquellos lugares sacudidos por la violencia terrorista y por el clima de permanente confrontación, en el que no cabe actitudes neutrales o conciliadoras.

En este sentido, la historia del boxeador, antiguo militante del IRA, que sale de la cárcel para rehacer su vida, recuperar sus sueños frustrados por la ceguera fundamentalista, y, de paso, aportar su granito de arena a la solución pacífica de un conflicto estéril, inútil, del que es imposible que salgan vencedores y vencidos, en el que todos son víctimas y verdugos potenciales, puede trasladarse perfectamente a la realidad del País Vasco, Argelia, el Kurdistán o los Balcanes, por poner varios ejemplos.

La formidable contraposición entre un deporte, el boxeo, donde la violencia se ajusta a unas determinadas normas, y el terrorismo, que no tiene reglas prefijadas, que carece de toda lógica, que se nutre del caos a la vez que lo genera; la búsqueda de un mínimo resquicio de felicidad y amor en condiciones poco o nada favorables, y la necesidad imperiosa de romper con el pasado, son las motivaciones que llevan al protagonista, el siempre excelente , a enfrentarse cara a cara, con algún que otro titubeo, a la siniestra realidad de su pueblo. Un pueblo dividido incluso físicamente (los muros que separan la zona católica de la protestante) en dos bandos exclusivistas en los que no parece haber lugar para disensiones (significativo el hecho de que las mujeres de los presos del IRA estén obligadas a guardar absoluta fidelidad y a apoyar en todo momento a sus maridos, y estén sometidas a una férrea vigilancia disciplinaria por parte de la organización). En este contexto, el boxeo cumple una función integradora, consiguiendo el pequeño milagro de unir en un gimnasio a los dos bandos cantando al unísono el «Danny Boy», en la que, probablemente, es la escena más emotiva de la película. Mientras que la relación entre el protagonista y la hija de un alto dirigente del IRA (la sencillamente maravillosa ), casada (con un preso) y con un hijo que ha de escoger entre el boxeo y la lucha armada, aporta una nota de esperanza, confirmada en parte por la posibilidad de un alto el fuego (aunque no faltará quien pretenda torpedearlo por pura venganza o por desconfianza), y por un desenlace abierto, quizás demasiado optimista, pero indiscutiblemente hermoso.

Esta es la gran ventaja del cine sobre la vida, ¿no es cierto?.

Desmontando a Harry: Bajada a los infiernos

Una vez más, los cinéfilos de pro están de enhorabuena. El genial director judío vuelve a sorprendernos con un «más difícil todavía» en esta ácida comedia, quizás no tan brillante como su anterior Todos dicen I love you, pero sí mucho más acorde con las naturales obsesiones de su director (el sexo, el psicoanálisis, la religión, la muerte…).

El título original, mal traducido al castellano, alude de manera irónica a la corriente teórica encabezada por el filósofo francés Jacques Derriba, según la cual, antes de iniciar el estudio de una obra o, en el plano psicoanalítico, de la personalidad de un individuo, es necesario descomponerlo en piezas, es decir, hay que «deconstruirlo». Así, ya desde el comienzo, Woody Allen nos introduce en una narración fragmentada, caótica, llena de falsos «raccords», de un montaje deliberadamente repetitivo y salteado, cuando se trata de presentar al personaje principal, un escritor, Harry (Woody Allen), «alter ego» del propio director, mujeriego, ateo, pastillómano, alcohólico y manipulador, y su entorno afectivo, sus ligues, s us relaciones emocionales, más bien poco estables… En definitiva, un ser patético, de existencia frustrada, que sólo encuentra redención a través de su obra, claramente inspirada en sus experiencias personales, y que Woody diferencia claramente a través de una realización más sobria, un montaje menos arriesgado, sin escatimar recursos fantasiosos (como en el sensacional episodio del actor desenfocado, interpretado por , o el delirante banquete judío con estética de La Guerra de Las Galaxias), culminado por un descenso a los infiernos, donde hallará al mismísimo demonio encarnado por su mejor amigo (un taimado ), que está a punto de casarse con su última conquista (la bellísima ). La excusa argumental que Allen aprovecha para diseccionar al protagonista y a quienes le rodean (hasta 35 personajes tiene la historia, todos ellos magistralmente interpretados por un sensacional reparto de lo más ecléctico: , , , , etc.) es un homenaje que el escritor recibirá por parte de la misma universidad que, tiempo atrás, le expulsó, y al que Harry teme ir sólo, debido al poco caballeroso comportamiento que ha mantenido con familiares, amigos, ex-esposas y ex-amantes. Por ello recurre a los servicios de una prostituta negra (magnífica , la primera actriz afro-americana que protagoniza un film de Allen), consigue convencer a un amigo y, a última hora, secuestra a su propio hijo.

El encuentro con su hermana, casada con un ortodoxo judío (circunstancia utilizada para arremeter contra el fundamentalismo y exclusivismo religiosos), y la repentina muerte de su amigo marcarán el viaje, claramente inspirado en Fresas Salvajes, de , la película favorita de Allen. Un viaje exterior que es, al mismo tiempo, un viaje hacia el interior del protagonista, hacia sus propias obsesiones, defectos y frustraciones, una encerrona en la cárcel del alma, convertida en calabozo policial del que Harry extrae una bella enseñanza: que la felicidad consiste en estar vivo, y que, en su caso, su obra es lo que da sentido a su vida. Un último encuentro con sus personajes y con su creación (emotivo homenaje al maestro Fellini) devuelve al protagonista para la inspiración suficiente para escapar, momentáneamente, del infierno creativo y personal al que parece condenado. Todo un colofón brillante para esta excepcional comedía, que muy bien habrían podido firmar Lubitsch o Wilder, y que constituye un ejemplo más del fenomenal estado de forma en que se encuentra Woody Allen. ¡¡¡Qué no decaiga!!!.