Memento: Crónica de una muerte anunciada

Más que agradable sorpresa la de este film, revelación del Festival de Sitges 2000, un thriller que, pese a tratar un clásico argumento de venganza, con el inevitable ingrediente de la mujer fatal, está contado de una forma original: del revés, o sea, anteponiendo, a través de los distintos segmentos en que se divide, los efectos a las causas, y con la particularidad de la extraña amnesia del protagonista, capaz de recordar episodios de su vida anteriores a la muerte de su esposa, a quien trata de vengar, pero que pierde su memoria presente cada quince minutos, lo que le obliga a recoger datos a partir de fotos y notas escritas (algunas, tatuadas en su cuerpo) de forma metódica, con el único objetivo, convertido en causa existencial, de encontrar al supuesto violador y asesino de aquella.

La constante irrupción de un personaje inquietante, un tal Teddy, de quien desconocemos sus motivaciones personales, la confusa aparición en escena de la chica (magnífica ), los flash-backs relacionados con un caso, similar al del protagonista, y que este investigó cuando trabajaba para una agencia de seguros, conforman un cuadro de situaciones y personajes de gran complejidad (en ciertos momentos, quizás, demasiada) tan pretencioso como, a la postre, bien resuelto con un maquiavélico giro en la trama, con el que el realizador y guionista desvela la última pieza de un puzzle, hasta ese momento, indescifrable, aunque sin caer en el mero golpe de efecto, como ocurre, por ejemplo en El Sexto Sentido o en Sospechosos Habituales.

En definitiva, un film inteligente, que fuerza al espectador a pensar, y que, de haber contado con verdaderas estrellas en su reparto ( es un sensacional actor, pero carece del caché de un y mucho menos de un ), seguramente, a estas alturas, se estaría hablando de ella como una firme candidata a alguno de esos preciados galardones que se entregan estos días. Lástima, pues esta película, así como su creador, no deberían pasar desapercibidos.

Abre los Ojos: Vértigo

Segundo largometraje, tras la muy exitosa Tesis, de , este jovencísimo director, llamado a convertirse en uno de los más firmes valores de nuestro cine; un cineasta total, capaz, no sólo de escribir y dirigir sus películas, sino que además compone en parte sus bandas sonoras, e incluso se permite la licencia de aparecer en breves «cameos», al más puro estilo Hitchcock, probablemente el director más influyente de todos cuantos ha habido, y cuya obra sirve de constante referencia para Amenábar, en especial, su gran obra maestra, Vértigo, film enigmático y complejo que podría muy bien haber servido de base para el sugerente juego de apariencias y realidades que se desarrolla en Abre los ojos.

Pero si en aquella mítica película eran dos mujeres de extraordinario parecido, que en realidad eran la misma, las que obsesionaban al protagonista (aquí transformado en un joven, atractivo y triunfador niño pijo), en el caso de Abre los ojos son dos mujeres muy diferentes, una sexualmente insaciable, celosa, autodestructiva y, al mismo tiempo, destructora (la típica chica «kamizaze», tal y como la definió en la agresiva Maridos y mujeres); la otra más misteriosa, más etérea, y, por ello, más inalcanzable, quienes acaban adoptando la misma personalidad. Todo ello en un contexto onírico, entre el thriller psicológico y la ciencia ficción trascendental, algo así como una mezcla entre The Game -aunque, afortunadamente, mucho menos artificiosa- y Desafío Total (a mi juicio, la película más brillante y compleja del irregular ), pero con una estructura desconcertante y una atmósfera inquietante y perturbadora, en clara sintonía con el cine de (no me extraña que Amenábar haya incluido, entre los personajes, una especie de Pepito Grillo mefistofélico, sin duda, inspirado en la particular fauna «lynchiana», como se puede apreciar en Carretera Perdida), y con curiosas coincidencias con recientes estrenos de éxito (comparar, en este sentido, la escena de la Gran Vía desierta -aunque, je, je, no del todo- y una muy similar aparecida en The Devil’s Advocate). Un pastiche del que Amenábar ha sabido extraer un estilo personal, algo muy difícil de conseguir, sobre todo por directores que practican lo que, tal vez erróneamente, se ha dado en llamar cine de género, no sin cierto tono despectivo (como si los , o el mismísimo no hubiesen aportado nada a este centenario arte), pero que, sin embargo, debe pulir y perfeccionar, pues aún es visible cierto afán pretencioso por demostrar una temprana genialidad, mediante la composición virtuosista de las secuencias y los planos, o una falta de naturalidad y credibilidad en los personajes, diálogos y situaciones, que, en manos de un director más experto, aunque no por ello más talentoso, habrían estado mejor definidos. Por poner un ejemplo, lo que el propio Amenábar considera una herejía: echarle en cara a Hitchcock que desvelara el misterio de Vértigo a mitad de la película, y no al final, como hace él en Abre los ojos, no es más que la constatación palpable de su ingenuidad, pues si alguien cometió una herejía -por otra parte, necesaria y magistral- fue Hitchcock; mientras que lo que él hace en Abre los ojos es lo convencional. O, tal vez, Amenábar no sea tan ingenuo, tal vez lo que hizo fue tratar de justificar, tramposamente, su pequeña traición hacia la obra maestra que, indudablemente, le ha servido de molde. Eso sí que sería una herejía, aunque podríamos perdonársela. Yo, al menos, lo haría.

Jackie Brown: Coge el dinero y corre

Tercer largometraje de Tarantino, sin duda, el director más influyente de los últimos años, Jackie Brown es, probablemente, su obra más madura y personal, pese a estar basada en un argumento ajeno (la novela Rump Punch, de Elmore Leonard, uno de los escritores que más obras ha visto llevadas a la gran pantalla, que Tarantino adapta libérrimamente), y que significa, además de un cambio de rumbo en su particular manera de contar historias, un auténtico ajuste de cuentas hacia aquellos -envidiosos, la mayoría- que dudaban de su precoz genialidad, acusándole de hacer películas simplemente brillantes y efectistas, repletas de violencia edulcorada y coreografiada, para satisfacción de mentes pueriles.

En Jackie Brown, definitivamente, rompe con este estigma, proponiéndonos un cine más intimista, más cercano a los personajes, donde, por primera vez, apuesta por una visión distanciada de la violencia (toda ella aparece fuera de campo o imperceptible en la lejanía), al tiempo que rescata un estilo sobrio, incluso clasicista, sin ser esquemático, básicamente inspirado en el cine negro de los 70, en especial, por su tono desmitificador. No es de extrañar, por tanto, que haya recurrido a su admirada (heroína de la «blaxploitation», subgénero afro-americano y feminista, de moda en aquellos años), para interpretar el personaje principal, Jackie Brown (en el original, rubia y de ojos azules, y de apellido Burke), una azafata madurita de bajos vuelos, a la que la vida no ha tratado muy bien que digamos, y que trata de resarcirse apoderándose de medio millón de dólares, propiedad de un peligroso gangster de poca monta (el siempre sensacional ), traficante de armas y proxeneta, al que la policía trata de echar el guante, usando como cebo a la protagonista. Se inicia así un doble juego, en el que unos y otros serán víctimas de la astuta Jackie, quien contará con la inestimable ayuda de un fiador (merecidísima nominación al Oscar para , actor felizmente rescatado del olvido por Tarantino, y al que recordamos como el joven jinete desnudo que encandilaba a en Reflejos en un ojo dorado, de ) que se siente atraído por ella desde el primer momento. Entre los dos se establece una particular relación de íntima amistad y comprensión (ambos se hallan a las puertas de la vejez), una especie de casto romance crepuscular, que constituye uno de los grandes aciertos de la película.

La perfecta estructura narrativa del film, cuyo momento cumbre es, a mi juicio, la escena de la entrega del dinero en la boutique del aeropuerto, contemplada desde tres puntos de vista diferentes; el perfecto dibujo de los personajes, tanto los principales, como los secundarios: el callado aunque imprevisible sicario (), la putita del gangster (), harta de humillaciones, el policía con complejo de «cowboy» (un más comedido de lo habitual) y su ayudante (), etc. ; una realización modélica (bellísimo el plano final de la protagonista), soberbia (largísimas secuencias sin cortes, perfectamente engarzadas con los clásicos planos-contraplanos) y sin fisuras (aunque alguno puede decir que a la película le sobra metraje); y, por supuesto, los magníficos diálogos, marca de la casa (aunque, en esta ocasión, más depurados), son, en mi opinión, las grandes bazas que presenta esta película, muy superior a sus anteriores trabajos (y eso que yo siempre he considerado a Pulp Fiction como una obra maestra), que marcará, inevitablemente, un punto de inflexión en la meteórica carrera de este, todavía, aspirante a Maestro.

L. A. Confidential: Hollywood, el gran guiñol

Director de irregular trayectoria, especializado en thrillers psicológicos, entre los que destaca Malas compañías y, sobre todo, La mano que mece la cuna, , que comenzó como guionista de películas como El perro blanco, del recientemente fallecido Sam Fuller, tardó la friolera de seis años en dar cuerpo a su proyecto, hasta la fecha, más ambicioso y personal: la adaptación de todo un clásico de James Ellroy, L. A. Confidential, una compleja y densísima novela policiaca de más de 500 páginas y alrededor de 80 personajes, que constituye una auténtica crónica sobre la cara oculta y sórdida de una ciudad, Los Angeles, y una época, los años 50, que simbolizan el bienestar y los sueños de millones de personas de todo el mundo.

Policías corruptos, trepas sin escrúpulos pero honestos, gangsters que luchan por el control del tráfico de drogas, prostitutas de lujo, políticos demasiado «políticos» y periodistas sensacionalistas, entre otros, habitan en la llamada fábrica de sueños, un mundo de apariencias, falso como los decorados de una superproducción de Hollywood, del que se nutre tan heterogénea fauna para su supervivencia. Encarnados en unos espléndidos intérpretes, no demasiado conocidos (exceptuando al excelente Kevin Spacey y, claro está, a , como la glamourosa fulana Lynn Braken, en la mejor interpretación de su carrera), a los que Hanson dirige con inusual maestría, con una sobriedad y solidez que recuerdan a los grandes maestros que han dado gloria al cine negro, aunque quizás sus planteamientos están más cerca del de Chinatown que del de El sueño eterno, por poner dos ejemplos.

Con la inestimable ayuda del co-guionista , y apoyándose en la magnífica dirección de fotografía llevada a cabo por Dante Spinotti y en una evocadora banda sonora repleta de temas clásicos de la época, acompañados por el estupendo score compuesto por el siempre eficiente Jerry Goldsmith, sin olvidar la perfecta recreación de ambientes y vestuario, que llevó esta película a arrasar en la ceremonia de entrega de los Oscar, Curtis Hanson consigue casi lo imposible: dar forma y credibilidad a una dificultosa trama centrada en las luchas intestinas de las mafias por controlar el pujante negocio de la droga, y en la que se ven envueltos destacados miembros del Departamento de Policía de Los Angeles, así como un peligroso magnate que controla una lujosa red de prostitución a alto nivel, con putas de asombroso parecido con grandes estrellas de la Edad Dorada de los estudios de Hollywood (en una escena, incluso creo reconocer a una doble de la niña-actriz Shirley Temple), lo que dará pie a alguna que otra situación jocosa (fenomenal el episodio con ), y que tres policías, en apariencia, muy distintos en cuanto a carácter y ambiciones (el trepa Ed Exley, el sardónico Jack Vincennes y el romántico Bud White) tratarán de desentrañar. Todo ello bajo la atenta mirada de un experto en escándalos y montajes, un astuto duendecillo de la comunicación, interpretado por , que oficia como presentador de este gran guiñol hollywoodiense.

Sólo una pega: el engañoso, ambiguo y complaciente final -sin duda, una imposición de los productores-, resulta, cuanto menos, discutible, pues rompe con el tono general, absolutamente oscuro, de la película, aunque, a mi juicio, no logra echar por tierra 140 minutos de gran cine, de CINE con mayúsculas. De todos modos, confío en que algún día Curtis Hanson nos sorprenda con un «Director’s cut», para redondear definitivamente la faena.

Por último, quisiera hacer una mención de honor a , como el policía protector de mujeres maltratadas, cuya portentosa voz no ha sido, en absoluto, respetada en la versión doblada (por suerte, yo vi el original); así como a (la alocada «drag queen» de Priscilla, reina del desierto), en el papel del joven policía trepa, y a ese magnífico «secundario» que es , al que muchos habrán identificado como el gentil pastor de Babe, el cerdito valiente.

Háganme un favor: NO SE LA PIERDAN.

El Pacificador: Políticamente correcto

Aburrido y decepcionante primer film producido por la factoría DreamWorks, que ha recurrido a la también debutante , realizadora de algunos capítulos de la serie Urgencias, para sacar adelante una convencional historia sobre terroristas apocalípticos y yanquis salvadores en el escenario de la posguerra fría y el conflicto, aun candente, de la antigua Yugoslavia.

El robo y posterior contrabando, por parte de un descontento y terriblemente ambicioso militar ruso, de varias ojivas nucleares, una de las cuales es codiciada por un traumatizado pianista y diplomático, que se autodefine como serbio, croata y bosnio, que pretende hacerla estallar en la Sede de la ONU en Nueva York para vengarse de las naciones occidentales, y en especial a los EEUU, a las que culpa directamente de haber alentado y fomentado la guerra en su país, e indirectamente de la muerte de su mujer y su hija por disparos de un francotirador en las calles de Sarajevo, sirve de excusa para volvernos a presentar a los Estados Unidos, encarnados en un militar granujilla y de métodos poco ortodoxos (), y en una chupatintas asexuada de Washington (), como garantes de la Paz y gendarmes del Nuevo Orden Mundial, pese a que, por una vez, la mayoría de los espectadores llegamos a sentir cierta lástima por el terrorista, debido, sobre todo, a su aspecto patético, muy alejado de los mal encarados villanos que suelen aparecer en estas películas. Pero, precisamente por ello, y porque la acción está mal dosificada, carece del ritmo apropiado (la escena del tren, que abre la película, se hace interminable), y la trama es tan simple y tonta como la descripción de los personajes, el film de Mimi Leder no sirve ni siquiera para contentar a los menos exigentes fans de las películas de acción. Para colmo, el metraje es excesivo y la relación entre el militar y su superiora, en la que el sexo no tiene cabida, sigue los parámetros políticamente correctos marcados por series televisivas como Expediente X. Alguien ha debido engañar a los yanquis, diciéndoles que el sexo es una traba en el camino hacia la plena igualdad entre hombres y mujeres. No es que yo esté obsesionado con que aparezcan revolcones en las películas, sobre todo si estas son para todos los públicos, pero es que no son capaces siquiera de aceptar algo tan bonito y cinematográfico como un beso. Un tipo que va a ver una película en la que aparecen Nicole Kidman y George Clooney, por fuerza, ha de sentirse decepcionado si en esta no hay lugar para el flirteo, la atracción mutua, el romance. Esto no es machismo, señores, sino que es un sentimiento que ha alimentado los sueños de millones de espectadores a lo largo de la historia del cine. Sí, aunque lo hayamos visto montones de veces, queremos seguir disfrutando con las miradas insinuantes, las caricias furtivas y los besos apasionados. ¿Qué hay de malo en ello?.

Tampoco es de recibo que, a las primeras de cambio, se carguen al gran , a quien, a priori, le había tocado el habitual papel secundario de lujo con que suelen obsequiarnos las superproducciones de Hollywood. Una lástima, pues su aportación habría elevado, sin duda, la calidad de la película. Aunque me temo que mucho tendría que haber hecho para salvar este engendro. Como sigan así, tendrán que ir pensando en cambiarle el nombre a DreamWorks. Se admiten sugerencias.