Si sorprendente es ya, de por sí, que una película de artes marciales rebase la barrera del mero culto, si a eso le añadimos que el film está rodado en mandarín y que apenas se han distribuido copias en versión doblada, debemos concluir que estamos ante uno de los fenómenos cinematográficos más singulares de los últimos años.
Pero ¿cuál es el secreto de Tigre y Dragón y qué ingredientes contiene que la hacen tan especial?. Podrían apuntarse, en principio, tres factores: un increíble diseño de producción, más cercano a los parámetros de Hollywood de lo que cabe esperar en este tipo de películas. En segundo lugar, la solvencia de un director como Ang Lee, capaz de sacar el máximo partido a cualquier historia, en cualquier contexto, de cualquier género, como ha demostrado en su todavía corta, pero productiva carrera, y que, para colmo, en esta ocasión se mueve en un ambiente propicio: la legendaria China medieval.
Sin embargo, hay un tercer factor, quizás el más importante: la universalidad de su argumento, en el que se combinan romanticismo, misticismo, espectacularidad (asombrosas las escenas de lucha, especialmente la que transcurre sobre una rama de bambú) y algo importante en los tiempos que corren: dos personajes femeninos de rompe y rasga, complejos, ambiguos y fuertes, verdaderos motores de la historia, más cercana a Sentido y Sensibilidad que al cine de palo y tentetieso de los Bruce Lee y compañía, en el que las mujeres apenas juegan un papel relevante.
Ang Lee rompe, pues, con el tópico machismo con el que se representa a la cultura oriental, mucho más avanzada de lo que los ignorantes occidentales creemos (hay están los Miyazaki, Mizoguchi, Won Kar Wai o Zhang Yimou, como ilustres ejemplos) y reivindica, de paso, una concepción global del cine, entendida como un intercambio cultural, no como un mero colonialismo impuesto por la poderosa industria de Hollywood. Un ejemplo que, a mi juicio, debe cundir también en el cine europeo. Como muy bien ha dicho el productor Andrés Vicente Gómez, hay que dejar de llorar y empezar a mover el culo.