Tigre y Dragón: desafiando a la gravedad

Si sorprendente es ya, de por sí, que una película de artes marciales rebase la barrera del mero culto, si a eso le añadimos que el film está rodado en mandarín y que apenas se han distribuido copias en versión doblada, debemos concluir que estamos ante uno de los fenómenos cinematográficos más singulares de los últimos años.

Pero ¿cuál es el secreto de Tigre y Dragón y qué ingredientes contiene que la hacen tan especial?. Podrían apuntarse, en principio, tres factores: un increíble diseño de producción, más cercano a los parámetros de Hollywood de lo que cabe esperar en este tipo de películas. En segundo lugar, la solvencia de un director como , capaz de sacar el máximo partido a cualquier historia, en cualquier contexto, de cualquier género, como ha demostrado en su todavía corta, pero productiva carrera, y que, para colmo, en esta ocasión se mueve en un ambiente propicio: la legendaria China medieval.

Sin embargo, hay un tercer factor, quizás el más importante: la universalidad de su argumento, en el que se combinan romanticismo, misticismo, espectacularidad (asombrosas las escenas de lucha, especialmente la que transcurre sobre una rama de bambú) y algo importante en los tiempos que corren: dos personajes femeninos de rompe y rasga, complejos, ambiguos y fuertes, verdaderos motores de la historia, más cercana a Sentido y Sensibilidad que al cine de palo y tentetieso de los y compañía, en el que las mujeres apenas juegan un papel relevante.

Ang Lee rompe, pues, con el tópico machismo con el que se representa a la cultura oriental, mucho más avanzada de lo que los ignorantes occidentales creemos (hay están los Miyazaki, Mizoguchi, o , como ilustres ejemplos) y reivindica, de paso, una concepción global del cine, entendida como un intercambio cultural, no como un mero colonialismo impuesto por la poderosa industria de Hollywood. Un ejemplo que, a mi juicio, debe cundir también en el cine europeo. Como muy bien ha dicho el productor , hay que dejar de llorar y empezar a mover el culo.

La princesa Mononoke: El viaje del héroe

Con injustificado retraso ha llegado a nuestras pantallas una de las obras fundamentales de la animación nipona, una fábula ecologista y épica de profundo calado ético, que vista sin los prejuicios del espectador occidental, demasiado acostumbrado a producciones que fomentan la estulticia e idiotez infantil con propósito meramente comercial, ha de ser considerada como una de las creaciones cinematográficas más sobresalientes de este fin de siglo; una película que es un canto decidido a favor del equilibrio entre la naturaleza y el ser humano como parte sustancial e inherente de la misma, construida a partir de pretextos argumental clásicos, como son el amor y el viaje del héroe, metáfora de un viaje interior tan complejo y fascinante como la aventura que describe.

Su creador, el maestro , autor de obras capitales de joyas de la animación, como Porco Rosso, y gran admirador de , de quien ha adquirido su gusto por la composición de planos, su pasión por las miradas y los espacios abiertos y su preferencia por los personajes de trazo moral complejo (en especial, los femeninos, a los cuales el director dota de una fortaleza y un coraje insólitos, más teniendo en cuenta la cultura de la que proviene, tal vez, injustamente asociada a estereotipos machistas), es capaz lo mismo de apabullarnos con secuencias espectaculares, con un ritmo y una estética fuera de lo común (sobre todo en lo que se refiere a las escenas de batalla y al diseño de paisajes y criaturas) como de asombrarnos al lograr el difícil milagro del sobreentendido, recurriendo simplemente a imágenes fijas y a silencios, paradójicamente, llenos de expresividad.

Es en ese uso portentoso de los sobreentendidos donde Miyazaki logra su mejor baza frente a la superficial exhibición tecnológica de la producciones Disney (salvo contadas excepciones, como la magistral saga de Toy Story), y que, aun echando en falta una mayor ambigüedad de personaje principal, quizás, demasiado volcado hacia el retrato heroico, y un metraje algo más corto (fallos perfectamente comprensibles desde la perspectiva épica que se le ha querido dar al argumento), convierten a La Princesa Mononoke en un claro referente, un ejemplo a seguir por las nuevas generaciones de animadores y, en general, por todos los presentes y futuros forjadores de ese arte llamado Cine. De hecho, su influencia ya se hace patente en el último fragmento del espectáculo Fantasía 2000.