Tras varias exitosas incursiones en el terreno del cortometraje, por fin, Santiago Segura, uno de los personajes más creativos y «sui generis» de la escena cultural española, debuta a lo grande en este peculiar largometraje, heredero de la comedia costumbrista patria más entrañable y, a la vez, más casposa, con personajes patéticos, pero que no son más que un reflejo distorsionado de nuestra sociedad, empezando por el protagonista, un policía fascista, racista, machista y del «Atleti», estandarte del franquismo ideológico superviviente aún en nuestro democrático país. El gran acierto de Santiago Segura consiste en presentárnoslo como un tipo afable, simpático pero incorruptible y firme en sus convicciones, en un alarde de incorrección política tan discutible como refrescante, con un sentido del humor la mar de corrosivo.
El guión, a mi juicio, deslavazado e incoherente, es lo de menos. Lo importante es el modo, casi cariñoso, como el director refleja el acontecer cotidiano del orondo policía (interpretado por el propio Santiago Segura) y sus compañeros de fatigas, destacando, por encima de todos, un estupendo Javier Cámara, como el coleguilla algo obseso del protagonista, la jugosa Neus Asensi, de parecido asombroso con Sofía Loren, como la vecinita cachonda, y por supuesto el gran Tony Leblanc, recuperado inteligentemente por Santiago Segura, quien interpreta al padre, obligado a pedir por las calles, del cruel policía.
Estos y otros personajes, interpretados en su mayoría por personajes muy conocidos por el público (entre ellos el fallecido Espartaco Santoni), entretejen una trama bastante deslavazada de traficantes de droga y restaurantes chinos, donde lo que más interesa es el calculado tono castizo y neo-realista (curiosa mezcla de estilos), acentuada por una cutre, aunque resultona, banda sonora (con temas cantados, entre otros, por el «Fary»), que el director-actor-guionista da a todas y cada una de las situaciones, con algún pequeño guiño malicioso al cine yanqui de acción más hortera. Sin olvidar, como ya hemos comentado, la ambigüedad -para muchos polémica- del personaje central.
Y es que convertir a un fascista despreciable en héroe -o antihéroe- de una película siempre resulta, cuanto menos, arriesgado. A todos esos apologetas de lo políticamente correcto les recomiendo que, en un rato libre, se lean esa magistral obra de John Kennedy Toole titulada La conjura de los necios, a mi juicio, el mejor libro escrito en el siglo XX, y con el que Torrente guarda -salvando las distancias- curiosas similitudes. ¿Es Torrente la versión madrileña y facha de Ignatius Reilly? Juzguen ustedes.