Director de irregular trayectoria, especializado en thrillers psicológicos, entre los que destaca Malas compañías y, sobre todo, La mano que mece la cuna, Curtis Hanson, que comenzó como guionista de películas como El perro blanco, del recientemente fallecido Sam Fuller, tardó la friolera de seis años en dar cuerpo a su proyecto, hasta la fecha, más ambicioso y personal: la adaptación de todo un clásico de James Ellroy, L. A. Confidential, una compleja y densísima novela policiaca de más de 500 páginas y alrededor de 80 personajes, que constituye una auténtica crónica sobre la cara oculta y sórdida de una ciudad, Los Angeles, y una época, los años 50, que simbolizan el bienestar y los sueños de millones de personas de todo el mundo.
Policías corruptos, trepas sin escrúpulos pero honestos, gangsters que luchan por el control del tráfico de drogas, prostitutas de lujo, políticos demasiado «políticos» y periodistas sensacionalistas, entre otros, habitan en la llamada fábrica de sueños, un mundo de apariencias, falso como los decorados de una superproducción de Hollywood, del que se nutre tan heterogénea fauna para su supervivencia. Encarnados en unos espléndidos intérpretes, no demasiado conocidos (exceptuando al excelente Kevin Spacey y, claro está, a Kim Bassinger, como la glamourosa fulana Lynn Braken, en la mejor interpretación de su carrera), a los que Hanson dirige con inusual maestría, con una sobriedad y solidez que recuerdan a los grandes maestros que han dado gloria al cine negro, aunque quizás sus planteamientos están más cerca del Roman Polanski de Chinatown que del Howard Hawks de El sueño eterno, por poner dos ejemplos.
Con la inestimable ayuda del co-guionista Brian Helgeland, y apoyándose en la magnífica dirección de fotografía llevada a cabo por Dante Spinotti y en una evocadora banda sonora repleta de temas clásicos de la época, acompañados por el estupendo score compuesto por el siempre eficiente Jerry Goldsmith, sin olvidar la perfecta recreación de ambientes y vestuario, que llevó esta película a arrasar en la ceremonia de entrega de los Oscar, Curtis Hanson consigue casi lo imposible: dar forma y credibilidad a una dificultosa trama centrada en las luchas intestinas de las mafias por controlar el pujante negocio de la droga, y en la que se ven envueltos destacados miembros del Departamento de Policía de Los Angeles, así como un peligroso magnate que controla una lujosa red de prostitución a alto nivel, con putas de asombroso parecido con grandes estrellas de la Edad Dorada de los estudios de Hollywood (en una escena, incluso creo reconocer a una doble de la niña-actriz Shirley Temple), lo que dará pie a alguna que otra situación jocosa (fenomenal el episodio con Lana Turner), y que tres policías, en apariencia, muy distintos en cuanto a carácter y ambiciones (el trepa Ed Exley, el sardónico Jack Vincennes y el romántico Bud White) tratarán de desentrañar. Todo ello bajo la atenta mirada de un experto en escándalos y montajes, un astuto duendecillo de la comunicación, interpretado por Danny De Vito, que oficia como presentador de este gran guiñol hollywoodiense.
Sólo una pega: el engañoso, ambiguo y complaciente final -sin duda, una imposición de los productores-, resulta, cuanto menos, discutible, pues rompe con el tono general, absolutamente oscuro, de la película, aunque, a mi juicio, no logra echar por tierra 140 minutos de gran cine, de CINE con mayúsculas. De todos modos, confío en que algún día Curtis Hanson nos sorprenda con un «Director’s cut», para redondear definitivamente la faena.
Por último, quisiera hacer una mención de honor a Russell Crowe, como el policía protector de mujeres maltratadas, cuya portentosa voz no ha sido, en absoluto, respetada en la versión doblada (por suerte, yo vi el original); así como a Guy Pierce (la alocada «drag queen» de Priscilla, reina del desierto), en el papel del joven policía trepa, y a ese magnífico «secundario» que es James Cromwell, al que muchos habrán identificado como el gentil pastor de Babe, el cerdito valiente.
Háganme un favor: NO SE LA PIERDAN.