Con tan sólo tres películas en su haber, entre las que yo destacaría la memorable Atrapado en el tiempo, comedia existencial alabada por autores de la talla de Bertrand Tavernier (de quien, recientemente he visto Todo empieza hoy, film que recomiendo fervorosamente y que espero se estrene muy pronto en nuestras salas), Harold Ramis se ha ganado un puesto, si no entre los grandes, sí entre los más interesantes nuevos directores americanos.
Como ya ocurriera en sus anteriores películas, aunque despojando, esta vez, todo recurso fantasioso, bajo la apariencia de comedia convencional, Ramis plantea un sutil dilema entre los roles que nos tocan vivir por naturaleza y entorno social, frente a la extraordinaria complejidad del ser humano. En este caso, el director observa dicho enfrentamiento en las personas de un mafioso atrapado en una vorágine de violencia y en las estrictas reglas «morales» que condicionan su existencia, que en un momento determinado comienza a tomar conciencia de su propia debilidad y su miedo, y un psiquiatra, incapaz de desligarse de la sombra alargada de su padre, psicoanalista de prestigio, quien por imposiciones del destino se ve forzado a aceptar al gángster como cliente, justo en vísperas de su matrimonio y de una importante reunión de «capos» de la «Cosa Nostra», donde analizarán su futuro, amenazado por la pujanza de las nuevas mafias, en especial la rusa.
El argumento sirve de pretexto, no sólo para una batería de gags, a cuál más delirante (a destacar la escena en que el psiquiatra en apuros utiliza el agua de una pila bautismal para refrescarse), o para que los protagonistas, estupendos tanto Robert De Niro como Billy Crystal, se enzarcen en unos diálogos absolutamente geniales (como cuando ambos discuten airadamente sobre el complejo de Edipo), sino que al mismo tiempo traza progresivamente una historia de mutuo conocimiento y comprensión, que deriva inexorablemente hacia la amistad por encima de las muchas diferencias que los separan, y que, si bien culmina de forma un tanto predecible y forzada, consigue el milagro de no caer en los tópicos y convencionalismos superficiales que acompañan, tanto a la comedias hollywoodienses, como a las películas de gángsters, incluso a las consideradas más serias.
Por otra parte, merece destacarse la extraordinaria labor de casting, capaz de reunir una colección de tipos inquietantes como pocas veces se ha visto, aunque un servidor eche en falta un mayor protagonismo de Lisa Kudrow, la desternillante Phoebe de la serie Friends, que aquí se antoja como mero reclamo comercial, pues su personaje no consigue encajar en la historia. ¡Ah!, y un diez al orondo muchachito que interpreta al hijo de Crystal; me pareció todo un hallazgo.