El regreso fugaz a nuestra cartelera, coincidiendo con su reciente nominación al Oscar, del último film de Pedro Almodóvar, es sin duda una noticia que alegrará a todos los buenos amantes del cine, partidarios o no del discutido director manchego, una personalidad capaz de levantar pasiones encontradas, tal vez, como ningún otro creador de nuestro tiempo, lo cual constituye, no sólo una señal de fuerte personalidad, sino un reflejo inequívoco de su condición de Autor, así, con mayúscula, una especie, desgraciadamente, en vías de extinción, y que, salvando las distancias, tiene en Woody Allen o David Lynch su correspondiente made in USA, y a Buñuel, con quien injustamente se le ha comparado, su más claro precedente, en cuanto a prestigio y universalidad, con permiso de Carlos Saura.
Dentro de la filmografía de Almodóvar, Todo sobre mi madre es, quizás, la película que mejor resume las constantes de su obra, al tiempo que la más depurada en cuanto a estilo y contenido, lo cual, paradójicamente, resta toda la inmensa capacidad provocativa que, desde siempre se le ha atribuido a su cine, ya que, como ya se apuntaba en Carne Trémula, su anterior film, parece haber optado por un tono melodramático, calculadamente exagerado, como de folletín radiofónico o culebrón de sobremesa, frente al cáustico humor de sus comienzos como director, una etapa que Pedro decidió enterrar, movido, probablemente, por el gran fiasco que supuso Kika.
La mujer, la madre, en este caso, vuelve a ser el gran tema central de una historia inverosímil, forzada hasta la exageración, lejos de toda pretensión realista o naturalista, de clara vocación teatral y con claro propósito de homenaje al cine clásico, sobre todo, al de la Edad de Oro de Hollywood (Pedro siempre ha sabido jugar muy bien sus bazas), como lo demuestra su abierto homenaje a obras maestras, como Eva al desnudo (All about Eve, en el original) o Un tranvía llamado Deseo (versión teatral), como pretexto para guiar al personaje principal, una espléndida Cecilia Roth, a través del sentimiento de pérdida, provocado por el accidental fallecimiento de su hijo, soledad y reencuentro con el pasado, en una Barcelona, paradigma de la ciudad abierta y acogedora, en contraposición con un Madrid cada vez más gris, más triste, lo cual puede verse como una mera traición a la ciudad a la que tanto debe, o bien como un ejercicio de nostalgia del cosmopolitismo tolerante del que Madrid, hace años, era ejemplo, y que, en la actualidad, parece haber heredado la Ciudad Condal, lo cual no deja de ser una apreciación puramente personal y, por tanto, sujeta a discusión.
De nuevo, como viene siendo habitual en su cine, Almodóvar logra sacar el mayor partido posible al trabajo de sus actrices, en especial, de las que, a priori, no juegan un papel principal en sus historias, pero que, sorprendentemente, acaban destacando por encima del conjunto de la obra. Es el caso de Antonia San Juan, quien, en su papel -¿autobiográfico?- del travestí Agrado, se erige, en este film, en el máximo, por no decir el único, exponente de ese lado provocador y gamberro, elemento esencial del estilo almodovariano, que los seguidores de Pedro adoran tanto, y que sus detractores consideran cutre y superficial.
Pero si por algo hay que criticar, en serio, a Todo sobre mi madre, es por poseer uno de los finales más obscenamente complacientes, tramposos y decepcionantes, teniendo en cuenta el tono general de la película, que un servidor ha visto en los últimos años, y que yo compararía con ese otro final, lamentable, (aunque, en aquel caso, impuesto) de L. A. Confidencial. La única excusa que se me ocurre para tamaño atentado es que Almodóvar haya querido contentar a un público poco receptivo con las historias sin concesiones a la galería, como si, de antemano, fuera consciente de las tremendas posibilidades de éxito, en cuanto a público y premios, que, como ahora se ha confirmado, albergaba el film. Ello es, si cabe, aun más grave, pues un Autor no debería guiarse por otros criterios que no sean su propia intuición personal y capacidad creativa. Que, a estas alturas, Almodóvar juegue a ser Spielberg me parece, cuanto menos, una falta grave, una mancha oscura que, si bien no será un obstáculo en su decidido camino hacia el Oscar (más bien, al contrario), corre el riesgo de convertirse en un temible precedente, si Pedro se deja llevar por los cantos de sirena provenientes de Hollywood.