Expediente X, enfréntate al futuro: ¿Mató E.T. a Kennedy?

Siguiendo los pasos de la popular serie -magnífica, por cierto-, y de cara a una ampliación del número de seguidores de la misma, su productor, el enigmático (hombre retorcido donde los haya), ha escrito personalmente el guión de Expediente X: Enfréntate al futuro, concebido, en parte como un capítulo más de la serie, aunque con más medios y una utilización magistral (encuadres perfectos, clásicos) del formato Cinemascope (aunque advierto que hay capítulos televisivos más logrados), en parte como un film dotado de cierta autonomía, muy comercial, de cara a que el espectador, no necesariamente seguidor de las aventuras de Mulder y Scully, se sienta implicado sin problemas en la historia, la cual, por cierto, no es más que una nueva vuelta de tuerca a la tan traída teoría de la conspiración, acuñada por los yanquis (¡siempre tan idealistas!) y que, al parecer, comienza a ponerse de moda en nuestro país (¡ejem!).

La vuelta de tuerca consiste en la implicación de una supuesta civilización extraterrestre, por supuesto, muy superior a la nuestra (aunque sus modales dejan mucho que desear), en un oculto complot internacional para apoderarse del mundo y sus enormes recursos naturales, según ellos, mal administrados, mediante la extensión de un terrible virus cuyo antídoto, por si las moscas, poseen sólo sus cómplices humanos (tipos estirados de sospechoso tufillo neonazi), entre los que, para satisfacción de los fans de la serie, se encuentra «el fumador».

Por supuesto serán los héroes de la historia, los intrépidos David-Mulder-Duchovny, alias «repelús» debido su obsesión por los fenómenos paranormales desde la misteriosa desaparición de su hermanita, y Gillian-Scully-Anderson, tan escéptica como siempre, los encargados de echar provisionalmente por tierra los siniestros planes de los conspiradores. Contarán para ello con la inestimable ayuda de una «garganta profunda» (el siempre magnífico ) y alguna que otra rocambolesca casualidad (situaciones resueltas de modo un tanto simplón). Sin olvidar el verdadero gancho de la serie: la contenida atracción sexual entre los dos protagonistas, nunca consumada (a lo más que llegan es a un intento genialmente frustrado de «morreo»).

En definitiva, un más que digno entretenimiento, con unos efectos especiales soberbios y una fotografía de Oscar (no exagero, maravíllense con la extraordinaria secuencia del despegue del OVNI en la Antártida), y con la solvencia de un director habitual de la serie (y por tanto gran conocedor de la misma), apoyado por la mano maestra de Chris Carter y el correctísimo trabajo de los dos actores protagonistas, quienes, sin ser grandes estrellas, pueden, de hecho, considerarse como iconos de fin de milenio, al igual que la serie, que, por si no lo saben, continuó…

Torrente, el brazo tonto de la ley: La conjura de los necios

Tras varias exitosas incursiones en el terreno del cortometraje, por fin, , uno de los personajes más creativos y «sui generis» de la escena cultural española, debuta a lo grande en este peculiar largometraje, heredero de la comedia costumbrista patria más entrañable y, a la vez, más casposa, con personajes patéticos, pero que no son más que un reflejo distorsionado de nuestra sociedad, empezando por el protagonista, un policía fascista, racista, machista y del «Atleti», estandarte del franquismo ideológico superviviente aún en nuestro democrático país. El gran acierto de Santiago Segura consiste en presentárnoslo como un tipo afable, simpático pero incorruptible y firme en sus convicciones, en un alarde de incorrección política tan discutible como refrescante, con un sentido del humor la mar de corrosivo.

El guión, a mi juicio, deslavazado e incoherente, es lo de menos. Lo importante es el modo, casi cariñoso, como el director refleja el acontecer cotidiano del orondo policía (interpretado por el propio Santiago Segura) y sus compañeros de fatigas, destacando, por encima de todos, un estupendo , como el coleguilla algo obseso del protagonista, la jugosa , de parecido asombroso con , como la vecinita cachonda, y por supuesto el gran , recuperado inteligentemente por Santiago Segura, quien interpreta al padre, obligado a pedir por las calles, del cruel policía.

Estos y otros personajes, interpretados en su mayoría por personajes muy conocidos por el público (entre ellos el fallecido ), entretejen una trama bastante deslavazada de traficantes de droga y restaurantes chinos, donde lo que más interesa es el calculado tono castizo y neo-realista (curiosa mezcla de estilos), acentuada por una cutre, aunque resultona, banda sonora (con temas cantados, entre otros, por el «Fary»), que el director-actor-guionista da a todas y cada una de las situaciones, con algún pequeño guiño malicioso al cine yanqui de acción más hortera. Sin olvidar, como ya hemos comentado, la ambigüedad -para muchos polémica- del personaje central.

Y es que convertir a un fascista despreciable en héroe -o antihéroe- de una película siempre resulta, cuanto menos, arriesgado. A todos esos apologetas de lo políticamente correcto les recomiendo que, en un rato libre, se lean esa magistral obra de John Kennedy Toole titulada La conjura de los necios, a mi juicio, el mejor libro escrito en el siglo XX, y con el que Torrente guarda -salvando las distancias- curiosas similitudes. ¿Es Torrente la versión madrileña y facha de Ignatius Reilly? Juzguen ustedes.

City of Angels: Postales y estampitas

Las comparaciones no siempre son odiosas… A veces resultan necesarias.

En el caso de City of Angels, las comparaciones con Cielo sobre Berlín, de son forzosas, aunque un servidor ha llegado a pensar que resultaría inútil ponerse a buscar similitudes (las hay, aunque bien pocas) y diferencias (bastante evidentes); simplemente invitaría al espectador a visionar ambas películas de forma consecutiva, y si no es capaz de llegar a las mismas conclusiones que yo, una de dos: o dicho espectador ha sido afectado por una sobredosis de Coca-Cola y palomitas de maíz, o es que, definitivamente, no sirvo para esto de la crítica.

No voy a entrar en si ésta es mejor o peor (allá cada cual con sus gustos), pero que alguien me explique qué carajo tiene que ver el existencialismo y la visión humanista, no ya de un Berlín, sino de toda una Europa en vísperas de la caída de comunismo (con la consecuente crisis de ideales), de la -lo reconozco- discutible obra de Wenders, con el cruce de postalitas, estética MTV, melodrama sobrenatural lacrimógeno y consignas de cura de parroquia de barrio que practica el tal , director cuyo mayor «logro» hasta la fecha había sido dirigir Casper.

Y ya que estamos, ¿alguien puede decirme por qué todo el mundo, incluidos y , pone cara de imbécil en esta película? ¿Acaso los ángeles de Los Ángeles, además de vestir como vampiros de diseño y no cambiarse de ropa, se dedican al tráfico y consumo de éxtasis?

Menos mal que, al menos, el final de la «peli» no es el típico desenlace sensiblero y feliz, ¡todo un hallazgo, por fin!. Ya hubiese sido el colmo.

Por cierto, la canción de los títulos de crédito finales me gustó mucho. Tal vez haya que recomendar el CD.

Abre los Ojos: Vértigo

Segundo largometraje, tras la muy exitosa Tesis, de , este jovencísimo director, llamado a convertirse en uno de los más firmes valores de nuestro cine; un cineasta total, capaz, no sólo de escribir y dirigir sus películas, sino que además compone en parte sus bandas sonoras, e incluso se permite la licencia de aparecer en breves «cameos», al más puro estilo Hitchcock, probablemente el director más influyente de todos cuantos ha habido, y cuya obra sirve de constante referencia para Amenábar, en especial, su gran obra maestra, Vértigo, film enigmático y complejo que podría muy bien haber servido de base para el sugerente juego de apariencias y realidades que se desarrolla en Abre los ojos.

Pero si en aquella mítica película eran dos mujeres de extraordinario parecido, que en realidad eran la misma, las que obsesionaban al protagonista (aquí transformado en un joven, atractivo y triunfador niño pijo), en el caso de Abre los ojos son dos mujeres muy diferentes, una sexualmente insaciable, celosa, autodestructiva y, al mismo tiempo, destructora (la típica chica «kamizaze», tal y como la definió en la agresiva Maridos y mujeres); la otra más misteriosa, más etérea, y, por ello, más inalcanzable, quienes acaban adoptando la misma personalidad. Todo ello en un contexto onírico, entre el thriller psicológico y la ciencia ficción trascendental, algo así como una mezcla entre The Game -aunque, afortunadamente, mucho menos artificiosa- y Desafío Total (a mi juicio, la película más brillante y compleja del irregular ), pero con una estructura desconcertante y una atmósfera inquietante y perturbadora, en clara sintonía con el cine de (no me extraña que Amenábar haya incluido, entre los personajes, una especie de Pepito Grillo mefistofélico, sin duda, inspirado en la particular fauna «lynchiana», como se puede apreciar en Carretera Perdida), y con curiosas coincidencias con recientes estrenos de éxito (comparar, en este sentido, la escena de la Gran Vía desierta -aunque, je, je, no del todo- y una muy similar aparecida en The Devil’s Advocate). Un pastiche del que Amenábar ha sabido extraer un estilo personal, algo muy difícil de conseguir, sobre todo por directores que practican lo que, tal vez erróneamente, se ha dado en llamar cine de género, no sin cierto tono despectivo (como si los , o el mismísimo no hubiesen aportado nada a este centenario arte), pero que, sin embargo, debe pulir y perfeccionar, pues aún es visible cierto afán pretencioso por demostrar una temprana genialidad, mediante la composición virtuosista de las secuencias y los planos, o una falta de naturalidad y credibilidad en los personajes, diálogos y situaciones, que, en manos de un director más experto, aunque no por ello más talentoso, habrían estado mejor definidos. Por poner un ejemplo, lo que el propio Amenábar considera una herejía: echarle en cara a Hitchcock que desvelara el misterio de Vértigo a mitad de la película, y no al final, como hace él en Abre los ojos, no es más que la constatación palpable de su ingenuidad, pues si alguien cometió una herejía -por otra parte, necesaria y magistral- fue Hitchcock; mientras que lo que él hace en Abre los ojos es lo convencional. O, tal vez, Amenábar no sea tan ingenuo, tal vez lo que hizo fue tratar de justificar, tramposamente, su pequeña traición hacia la obra maestra que, indudablemente, le ha servido de molde. Eso sí que sería una herejía, aunque podríamos perdonársela. Yo, al menos, lo haría.

El Dulce Porvenir: El flautista de Hamelín

Extraño y complejo film, basado en la difícil novela de , a la que , director, entre otras, de la muy sugerente Exótica, ha dotado de una nueva dimensión, logrando un film personal, muy en la linea de sus últimos trabajos, alejándose casi definitivamente de la frialdad glacial de sus primeras películas.

Teniendo como eje central un terrible accidente de autobús, en el que mueren todos los niños de un pueblo, así como sus consecuencias, y partiendo del clásico de Andersen «El flautista de Hamelin», aludido expresamente en el film, Atom Egoyan escarba en el dolor y el sentimiento de pérdida de familiares y supervivientes de la tragedia, guiado por un abogado (impresionante ) oportunista y manipulador (un personaje muy similar al de El liquidador, del propio Egoyan), atormentado, a su vez, por la «pérdida» de su hija, adicta a las drogas, quien trata de encauzar la ira de los habitantes del pueblo, y su necesidad de encontrar un culpable, con el fin de demandar a la empresa de transportes propietaria del autobús accidentado. La determinación de mirar al futuro, de comenzar de nuevo, acabará, sin embargo imponiéndose, gracias, sobre todo, a la decisiva intervención de una de las supervivientes (inquietante ), a quien las consecuencias tanto físicas como emocionales del accidente le harán replantearse su existencia, especialmente en lo que concierne a su relación -de tintes incestuosos- con su padre.

El inmejorable tratamiento del guión (nominado, al igual que el director, al Oscar), con continuos «saltos» en el tiempo, que dotan al film de una estructura compleja, fragmentada, a la par que sólida, sin fisuras; la forma en que este profundiza en el alma de los personajes, desnudándolos al completo, hace que aparezcan ante nosotros como personas reales, no como meras ficciones, concediendo, de este modo, al espectador una condición de «voyeur», de testigo de excepción del dolor y los traumas de los habitantes de ese pequeño y triste pueblo sin niños, sin risas, sin inocencia, que, sin embargo, no tendrá más remedio que mirar hacia el dulce e incierto porvenir, para liberarse definitivamente de sus fantasmas.

Paradójicamente, la principal virtud de Egoyan, como realizador, constituye, probablemente, su mayor defecto. Y es que el film, desde su comienzo, acusa un cierto afán por parte del director de destacar por encima de la propia historia, empleando para ello una realización tan indiscutiblemente brillante como deliberadamente forzada, calculadamente virtuosa. Ello no quita, por supuesto, que consideremos a El dulce porvenir como una gran película, una de las mejores, a mi juicio, de la década. Al fin y al cabo, nadie es perfecto, y toda obra maestra que se precie tiene sus pequeños peros, ¿o no?